Vivimos una época convulsa en la historia de la humanidad y del país. La Iglesia, que peregrina atendiendo las necesidades de pobres, enfermos y los más vulnerables, palpa la realidad de millones de personas que están experimentando dolor y confusión en el contexto presente.
Caminamos junto con el pueblo de Dios enfrentando una situación crítica: la enfermedad y muerte a causa de la pandemia por COVID 19 y el escaso índice de vacunación; la crisis económica que ha detonado desempleo, mayor pobreza y marginación social; el flagelo del crimen organizado que diariamente cobra vidas y dinamita el crecimiento de las regiones; así como el rezago educativo que enfrentan las niñas, niños y jóvenes.
Este panorama con múltiples frentes, nos obliga a unirnos como País para caminar juntos en la construcción del bien común, así como priorizar los esfuerzos y concentrarnos en lo esencial.
Por esta razón, los Obispos mexicanos deseamos enviar un mensaje a toda la sociedad, a las instancias de los tres poderes de la Unión, a las instituciones políticas, empresariales, educativas, religiosas y sociales que dan vida a nuestro país, a todos los actores que desde distintas trincheras están preocupados por el presente y el futuro de México.
Hemos conocido, en las últimas semanas, diversas iniciativas legislativas que parecen no atender, ni entender, la gravedad de la situación. Impulsando agendas ideológicas que deberían exigir una discusión social pausada y responsable, así como una fundamentación mucho más sólida, basada en la inalienable dignidad de toda persona; por el contrario, han ido recibiendo aprobación en el proceso legislativo en el Congreso, sin tener un consenso social amplio y un cimiento técnico riguroso.
Con gran preocupación advertimos que, en una situación como la presente, se pretendan introducir modificaciones en la Constitución y en leyes secundarias, que abran las puertas a la ampliación de la práctica del aborto, a la restricción del derecho a la libertad de religión, de conciencia y de expresión, a limitar peligrosamente el ejercicio de la patria potestad, a intervenciones biotecnológicas en el ámbito reproductivo, al consumo lúdico de la marihuana, entre otros asuntos más.
Exhortamos de la manera más firme y atenta a todos los actores sociales y políticos a que reconsideren sus prioridades. A nadie conviene tener en estos momentos a un México dividido y fracturado por temas que exigen un debate social ordenado, paciente, respetuoso y bien fundamentado. En momentos como los actuales es preciso, trabajar por la fraternidad, la amistad social y la unidad nacional. Recordando que nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos (FT 32).
Invitamos a todos los hombres y mujeres de nuestra Nación a mirar que hay causas más grandes que nuestras diferencias por las que vale la pena luchar en éste y en los próximos años. No saldremos adelante fracturando a nuestras familias y comunidades sino tendiendo puentes solidarios y fraternos de reconciliación. El tejido social no se reconstruye alimentando espirales de tensión y de presión, sino con compromiso firme a favor de lo esencial, de las verdaderas prioridades de una Nación que se desangra.
Rogamos a Santa María de Guadalupe para que, dejando orgullos, egoísmos y vanidades, trabajemos como hermanos mirando siempre las causas más altas que pueden rescatarnos en esta ardua coyuntura tan necesitada de esperanza y generosidad auténtica.
A nombre de los obispos de México.