La historia de san Charbel y su devoción comienza en Beqakafra, región al norte del Líbano. Ahí nació, el 8 de mayo 1828, Youssef Antoun Makhlouf, quien años después, ya en el monasterio, adoptaría otro nombre.
Fue el quinto hijo de Antun Makhlouf y Brigitte Chidiac, y desde niño mostró gran interés por la oración y la religión; además comenzó a sentir gran curiosidad e inclinación por la vida monacal.
Incluso los habitantes de su pueblo aseguraban que prácticamente a diario se le veía arrodillarse ante una figura de la Virgen María y que utilizaba el tiempo libre que le quedaba, después de cuidar su rebaño de ovejas en la cercanía de su casa, para retirarse a una cueva y meditar.
A los tres años perdió a su padre, quien fue requerido por el ejército turco cuando se enfrentaban con las tropas egipcias. El padre murió justo cuando volvía a casa, por lo que su madre se encargó de Youssef. Con el tiempo la mujer volvió a contraer matrimonio con un hombre también cercano a la religión.
Además de la influencia religiosa de su madre y padrastro, Youssef tenía dos tíos que pertenecían a la Orden Libanesa Maronita, de la que más adelante formaría parte, y con quienes convivía con frecuencia.
A los 23 años decidió tomar el hábito; así fue como llegó a la puerta del convento de Nuestra Señora de Mayfouq donde fue recibido como postulante y luego como novicio.
Cuando su madre lo fue a buscar, se dice que le advirtió: “Ve a ser un santo o regresa conmigo ahora”.
En el monasterio renunció a su nombre de pila y escogió el de Charbel. Dos años después profesó los votos perpetuos como monje en el Monasterio de San Marón en Annaya, Líbano, y realizó sus estudios de filosofía y teología en el Monasterio de San Cypriano de Kfifan.
Fue ordenado sacerdote el 23 de julio de 1859, y al poco tiempo regresó al Monasterio de Annaya. Su vida transcurrió en la comunidad, pero él anhelaba ser ermitaño. A los 47 años solicitó permiso para vivir en soledad y oración en la ermita de San Pedro y San Pablo. Comía una sola vez al día, y así vivió hasta los 70 años, en que Dios lo llamó a su presencia.
El camino a la santidad luego de su muerte
En vida, Charbel Makhlouf ya tenía fama de santidad. Sus hermanos del monasterio afirmaban que una ocasión prendió una lámpara de aceite que sólo estaba llena con agua; también y se decía que bendecía el agua y con ella curaba a personas.
Tras su muerte, fue trasladado al monasterio de San Marón, donde fue enterrado en la cueva aledaña que era tumba de la comunidad monacal. Al poco tiempo, lugareños se percataron de que durante las noches una luz salía de ahí.
Por ello, los monjes solicitaron permiso a las autoridades eclesiásticas para abrir la tumba, lo hicieron cuatro meses después de la muerte de Charbel y se percataron de que, pese a que estaba entre el agua y el lodo, su cuerpo permanecía incorrupto. Además, transpiraba agua con sangre.
A la par, el ermitaño adquiría cada vez más fama entre la gente, que se reunía en mayor número intentando ver sus restos. Por ello, los monjes decidieron colocarlo en un ataúd y trasladarlo a un lugar dentro del monasterio. Su cuerpo no dejaba de transpirar la sustancia.
En 1925, debido al constante culto del pueblo, el Padre Superior de la Orden solicitó al Papa Pío XI la apertura del proceso de beatificación, que ocurrió el 5 de diciembre de 1965 por el Papa Pablo VI.
En ese momento el Pontífice dijo: “Un ermitaño de la montaña libanesa puede hacernos entender, en un mundo fascinado por las comodidades y la riqueza, el gran valor de la pobreza, de la penitencia y del ascetismo, para liberar el alma”.
Durante 67 años el cuerpo permaneció bien conservado; en 1965 dejó de exudar líquido y comenzó a descomponerse. En 1977 fue canonizado. Desde entonces miles de personas visitan el sepulcro de san Charbel.
Fuente : Desde la Fe