A veces los niños sencillamente no quieren causar daño o problemas a otras personas. Los niños más pequeños quizás carezcan del vocabulario para expresar lo que les ha sucedido. De modo que, ¿cómo puedes percibir que tu hijo quiere comunicar algo?
ara un niño, no es fácil revelar que ha sido víctima de abuso. Por supuesto, si el agresor es un desconocido que abusa del menor en la calle o en un ascensor y si el niño logra escapar, quizás suceda que, encolerizado, el niño vuelva de inmediato a casa a contárselo a sus padres.
Sin embargo, si el abusador es un familiar o un amigo cercano, el problema se vuelve mucho más complejo. Aquí entran en juego la intimidación al niño o su manipulación, aunque hay más factores.
El niño también puede sentirse responsable o avergonzado por lo que ha sucedido o temer que los adultos no lo crean. A veces los niños simplemente no quieren causar daño o molestias a otros.
Los niños más pequeños pueden carecer del vocabulario para expresar lo sucedido. Pero entonces, ¿cómo puedes darte cuenta de que tu hijo quiere transmitirte algo tan difícil? ¿Cómo saber identificar las primeras señales? ¿Cómo habla el niño sobre el abuso sexual?
Signos de abuso sexual
Hace unos años se publicó un interesante artículo sobre el tema en la revista trimestral Child Abuse&Neglect. El estudio noruego* se basó en los recuerdos de los propios padres (si el abusador era un padre, el padre o madre encuestado no era el perpetrador del abuso) y les preguntó sobre sus recuerdos de las primeras señales que envió su hijo en relación al abuso sexual. Se analizaron los testimonios de veinte personas.
Únicamente en tres casos el niño envió una señal clara que podía atribuirse a un abuso sexual. Se trataba de situaciones que tuvieron lugar durante un momento en el cuarto de baño (una niña de preescolar que hace un comentario revelador de forma casual a su madre mientras se asean) o en las que surge una conversación en torno al abuso (por ejemplo, durante un programa de televisión sobre este tema, un niño de primaria pregunta: “Mamá, ¿cómo se llama eso que ha hecho ese hombre?”. La madre le responde: “abuso sexual” y después de escuchar la respuesta, el niño dice: “¡Así que ese es el nombre de lo que nuestro vecino me hace a mí!”). En los casos descritos en los medios de comunicación polacos, los hechos de abuso sexual se revelaron durante clases con el tutor escolar, que había decidido hablar con los niños sobre el abuso sexual. Sin embargo, este tipo de casos es poco frecuente.
Según concluyó el estudio, los veinte niños del grupo analizado habían estado enviando señales de abuso, pero quizás los adultos las pasaron por alto a primera vista. Los niños hicieron preguntas sobre reglas particulares relacionadas con las personas que habían abusado de ellos:
- “¿TENGO que ir a visitar a mi tío?” , preguntó una niña de pocos años que solía quedar bajo el cuidado de su tío.
- “¿DEBO lavar los platos del vecino para que me pague?”, una niña de primaria que hace sus primeras tareas remuneradas para aprender responsabilidad, pero los padres confunden la pregunta con pereza.
- “NO DEBERÍAIS dejar que vaya a la casa del tito y acepte todos esos dulces”, una niña mayor aconseja a sus padres después del regreso de su hermana menor de la casa de su tío).
Los ejemplos anteriores (similares en el caso de siete de los veinte niños) fueron interpretados como signos de que los niños echaban de menos a sus padres, querían holgazanear o sentían celos. Las respuestas que los padres dieron a los niños los disuadieron de intentar nunca más revelar signos de abuso. Los padres concluyeron que este signo fue un suceso único e irrelevante; el abuso quedó finalmente revelado después de un largo silencio, fuera del hogar.
A primera vista, estas preguntas y situaciones parecen bastante comunes. Sin embargo, es característico que fueran acompañadas de fuertes emociones y que se preguntaron no de pasada, sino más bien cuando el niño podía contar con la atención completa de los padres.
No pasar por alto las señales
En diez casos de los discutidos en el estudio noruego, en tales situaciones las emociones del niño fueron las que alertaron a los padres: una hija adolescente solo podía quedarse dormida con la luz encendida y el televisor encendido.
Otra hija estaba aterrorizada por que su madre tuviera que ir a trabajar en el turno de noche. Las señales en sí mismas no eran obvias y claras. Las situaciones eran diferentes en cuanto a la reacción de los padres, que respondieron tratando de aclarar la situación.
Sin embargo, este interés por clarificar las emociones no ocurrió necesariamente en el mismo momento de la señal. La madre de la primera adolescente preguntó por su miedo a la habitación oscura a la noche siguiente.
Si no se le hacen preguntas, el niño no vuelve a plantear el tema. Solo cuando se les preguntó por el motivo de su rebeldía o su ansiedad, los niños revelaron la verdad.
Los resultados del estudio son muy importantes. Los autores del artículo señalan que vale la pena prestar atención a preguntas aparentemente ordinarias, especialmente si van acompañadas de emociones especialmente vívidas en el niño.
Hacer una pregunta, incluso unos días después si no se hace de inmediato, no cuesta nada. Después de todo, el resultado no tiene por qué ser que el niño esté mandando señales de abuso; el niño puede tener mil y una razones más para resistirse o rebelarse. Sin embargo, este tipo de preguntas del niño pueden ser una especie de “globo de ensayo” (símil que utilizan los autores del citado estudio) dirigido a los padres, un sondeo del niño para saber si “¿Puedo contar con vuestra ayuda o no?”.
A ningún padre le gustaría descubrir que ha pasado por alto ese globo de ensayo.
* Anna Margarete Flåm, Eli Haugstvedt: “Test balloons? Small signs of big events: a qualitative study on circumstances facilitating adults’ awareness of children’s first signs of sexual abuse”, en: Child Abuse&Neglect, vol. 37, septiembre 2013, p. 633-642.
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