Ya hace un mes concluyó el Jubileo de los Jóvenes en Roma, un momento de gracia para millones de jóvenes de todo el mundo. Más de un millón y medio se reunió para recibir la indulgencia plenaria y encontrarse con el Papa León, quien apenas llevaba cien días de pontificado.
Tuve la gracia de vivir ese acontecimiento histórico, pero también la oportunidad de visitar otros países. Como católico, agradecí a Dios por tanta bendición; como politólogo, no pude evitar reflexionar sobre lo que vi en Europa: las políticas, los cambios culturales y cómo todo esto ha transformado a las naciones de manera drástica.
La migración y el cambio cultural en Europa
En países como España y Escocia —uno dentro y otro fuera de la Unión Europea, pero con políticas similares— la cultura musulmana se nota cada vez más. Calles llenas de vendedores informales, decenas de mujeres con burka, barrios donde la identidad cultural europea parece desvanecerse.
Y no, no hablo desde la “islamofobia”, palabra que tanto repiten los woke para descalificar cualquier crítica. El problema no es si se trata de musulmanes u otra religión, sino que una migración sin regulación ha traído serios problemas. Los atentados y ataques derivados del radicalismo islámico no pueden ser invisibilizados.
Muchas mujeres denuncian el acoso que viven de parte de migrantes, mientras el feminismo radical europeo, alineado a la agenda woke, calla y prefiere solapar las políticas de la izquierda.
El contraste es fuerte: mientras las políticas europeas promueven el aborto, el antinatalismo y una juventud sin familia, los musulmanes tienen hijos, muchos. En calles de España o Reino Unido ya es más común ver musulmanes que europeos nativos. No será una conquista armada como en la Edad Media, sino una conquista cultural que muchos gobiernos no quieren dimensionar.
Polonia, un bastión distinto
En medio de ese panorama, hay un país que resiste: Polonia. Allí las familias numerosas son comunes. La vida familiar está presente en las calles. Y no es casualidad.
Polonia vivió dos de los peores regímenes de la historia: el nazismo y el socialismo soviético. Esa herida histórica se refleja en su pueblo, que con conocimiento de causa rechaza a la izquierda en cada elección. Han aprendido a no repetir los errores.
Muchos dicen que “lo de la URSS no fue verdadero socialismo”. Pero en Polonia no hay espacio para ese discurso. Han construido una democracia sólida, con buenos niveles de salud, educación y una economía emergente. En migración, no rechazan por rechazar: exigen orden, normas claras y beneficios mutuos. Así recibieron a miles de ucranianos, con dignidad, pero también con reglas.
La Unión Europea los critica, pero los resultados polacos hablan por sí solos.
México frente al espejo europeo
Al pensar en mi país, me duele ver el contraste. Mientras nuestros gobernantes viajan a Europa para presumir vacaciones con dinero del erario, se quedan solo con la fachada: la arquitectura, el orden, la belleza. Pero no entienden que Europa no es grande por las políticas recientes, teñidas de izquierda y woke, sino por los hombres y mujeres que entregaron su vida por Dios y por su patria.
La grandeza de Europa se gestó en la Edad Media, tras la caída del Imperio Romano, cuando un santo —con el “ora et labora”— fundó abadías que dieron pie al feudalismo y reconstruyeron el continente.
Siglos después, tras la devastación de las guerras mundiales, dos católicos devotos fundaron la Unión Europea: Robert Schuman y Konrad Adenauer. El primero incluso está camino a los altares, reconocido por el Papa Francisco como venerable.
Y cómo olvidar a San Juan Pablo II, a quien los polacos ven como héroe nacional. Con su fe y su filosofía personalista inspiró al movimiento Solidaridad y a Lech Wałęsa en la caída del comunismo. Muchos consideran que él, con la ayuda de Dios, fue el hombre que derrotó al comunismo del siglo XX.
Son estos hombres —fuertes, cristianos y virtuosos— quienes hicieron grande a Europa. Hoy su legado es eclipsado por políticas decadentes, pero la raíz sigue ahí.
Un llamado para México
La gracia de este viaje, y el mandato del Papa León XIV, no se terminó con el Jubileo. El llamado es llevar esa esperanza a cada rincón del mundo. Este es mi pequeño grano de arena: recordarle a mis hermanos mexicanos y a nuestros políticos que no son las políticas modernas ni la ideología woke lo que hace grande a una nación.
Son los hombres y mujeres de buena voluntad, que aman su tierra, que luchan por lo que es bueno, bello y verdadero.
México no debe imitar malas costumbres (cf. Dt 18, 9), sino rescatar a sus propios santos y hombres virtuosos que dieron la vida por la patria.
Y sí, a veces la tentación de emigrar es fuerte. Yo mismo lo pensé en Polonia. Pero creo que es más valiente quedarse y apostar por México. Si Europa resurgió después de siglos de guerras, México también puede levantarse victorioso. Solo necesitamos mantener viva la esperanza.