COMUNICADO AL PUEBLO DE DIOS
ANUNCIANDO LA VIDA
Con motivo de la Solemnidad de la Anunciación y del Día del Niño por Nacer
Hermanos en Cristo.
En el marco de preparación para el misterio Pascual, los obispos de México compartimos este mensaje de observación, reflexión y compromiso de cara a los tiempos presentes de nuestra Patria en torno al don de la vida de cada ser humano, en especial de la vida naciente, que es persona a imagen de la Persona divina, que ha sido creada desde el amor y llamada para el amor, y que Cristo redime por medio de su Encarnación, Muerte y Resurrección.
Cuando el ángel Gabriel le anunció a María que iba a ser la madre de Cristo, ella dijo “sí”, un sí que, humanamente, era complejo y acarreaba serias complicaciones. Ella, sin embargo, puesta en las manos de Dios y confiando en su Palabra, abrió las puertas a la vida. En este día que celebramos también el Día del Niño por Nacer, anunciemos que «el Creador hizo al hombre y a la mujer partícipes de la obra de su creación y, al mismo tiempo, los hizo instrumentos de su amor, confiando a su responsabilidad el futuro de la humanidad a través de la transmisión de la vida humana» (AL 81)
La realidad socio-política en la que nos encontramos es compleja y deja ver claroscuros. Por un lado, signos de esperanza y de vida en algunas regiones del país, donde el Estado reconoce, protege y tutela, el derecho a la vida que todo ser humano tiene desde el momento de la concepción hasta la muerte natural.
Por otro, manifestaciones de violencia y muerte que cambian la percepción que tenemos sobre nosotros mismos, sobre nuestras relaciones interpersonales y nuestro entorno, modificando valores y comportamientos, impactando en las tradiciones y en la identidad de los pueblos generando esta cultura del descarte, que el Papa Francisco la calificó como una cultura que ve al ser humano como un bien de consumo, como algo que puede ser usado y que, cuando no sirve, se tira (cf. Evangelii Gaudium 53).
México le dice ¡sí a la vida! Anunciemos sin temor el Evangelio de la vida que nos lleva a todos, no solo a los creyentes, a defender, cuidar y proteger a toda vida humana (cf. Evangelium Vitae 5).
La sociedad actual, bañada en un tinte de posmodernismo, abandera, superficial y falazmente, el estandarte del progresismo.
Culturalmente pareciera que el inmanentismo y el subjetivismo, cimentados en una mentalidad relativista, absolutizan la fugacidad del tiempo presente convirtiendo al hombre actual, en un hombre superficial, esclavo del momento, carente de compromisos trascendentes y de razonamientos profundos.
La radicalización del relativismo se ha convertido en el nuevo totalitarismo buscando acallar los dictados de la razón y justificando hasta lo más absurdo.
Esto ha generado un sinfín de eufemismos que conducen al adormecimiento colectivo de las conciencias, permitiendo así, justificar prácticamente cualquier cosa, incluso aquellas que atentan contra la dignidad y los derechos fundamentales de toda persona, creando así esta cultura del descarte.
Como Obispos y pastores de la Iglesia en México, somos conscientes del valor de la vida humana, de toda vida humana. El Señor Jesús ha dicho: «Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia» (Jn. 10,10).
La cultura de la muerte, que busca permear a toda la sociedad, nos presenta una visión pobre y reduccionista de la persona humana, de su dignidad y de sus derechos fundamentales; una visión que termina destruyendo la vida de los más indefensos, de los más vulnerables, no importa la etapa de desarrollo en la que se encuentren.
¿Dónde quedó nuestra humanidad?, esa humanidad que se preocupa y cuida de los suyos, más cuando se encuentran en un estado de mayor fragilidad. El mismo Papa Francisco, durante su regreso de México, usó palabras fuertes al respecto:
“El aborto no es un «mal menor. Es un crimen. Es echar fuera a uno para salvar a otro. Es lo que hace la mafia. Es un crimen, es un mal absoluto […] Se asesina a una persona para salvar a otra -en el mejor de los casos- o para vivir cómodamente” (17 de febrero de 2016).
Frente a esta cultura del descarte se contrapone la cultura de la vida, del amor y de la solidaridad. Conviene recordar la pregunta que hace Dios a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel? – Contestó: No sé. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?” (Gn. 4,9).
Esta pregunta sigue resonando y haciendo eco a lo largo de la historia de la humanidad pero, en nuestros días y en este tiempo de cuaresma, cobra más fuerza que nunca, pues el hombre sumido en una cultura del descarte se desentiende del más frágil e indefenso y de nuevo somos interpelados el día de hoy: ¿Dónde está tu hermano?.
San Juan Pablo II en su encíclica Evangelium Vitae nos hizo el siguiente exhorto: “Es urgente una movilización general de las conciencias y un común esfuerzo ético, para poner en práctica una gran estrategia en favor de la vida. Todos juntos debemos construir una nueva cultura de la vida” (95).
Es por eso que, en este tiempo de gracia y conversión, los exhortamos a todos a abrazar un compromiso más decidido y eficaz en la defensa de la vida humana, que se establezca un camino común donde organizaciones, grupos, movimientos y todos aquellos que quieran ser anunciadores de vida, sean una sola voz, remen en la misma dirección, teniendo como objetivo la promoción, el cuidado y la defensa de la vida humana desde el momento de la concepción hasta su muerte natural.
Hoy más que nunca, nuestro México lo necesita y «Dios nos está llamando a generar esperanza, a fortalecer y reconstruir una vida humana más plena para todos sus hijos» (Proyecto Global de Pastoral n. 162).
Que Santa María de Guadalupe, la Madre del Verdadero Dios por quien se vive, siga intercediendo por nosotros, nos deje sentir su maternal compañía y, como ella, seamos capaces de pronunciar un libre, firme y valiente SÍ en favor de toda vida humana.
Por todos los obispos de México.
Rogelio Cabrera López
Arzobispo de Monterrey
y Presidente de la CEM
Alfonso G. Miranda Guardiola
Obispo Auxiliar de Monterrey
Secretario General de la CEM