Una mañana temprano de hace 500 años, un indígena mexicano encontró a una mujer de vuelta a su casa desde la iglesia
La maternidad no es fácil. Miro a mi esposa con nuestros hijos y, sencillamente, no salgo de mi asombro. Los sostiene en su regazo durante horas y horas, atiende sus heridas y les lee largos libros mientras ellos se amontonan. Ella acaricia suavemente la nuca de nuestro bebé mientras lo amamanta, perdida en la maravilla de esta pequeña vida en sus brazos.
Veo la belleza de la maternidad, pero también el sufrimiento. Veo cómo mi esposa absorbe las lágrimas de nuestro hijo en el hombro de su suéter mientras él se recupera hasta que vuelve a saltar para ir jugar por el suelo. Cómo los más pequeños exigen de ella su descanso, su paciencia y su presencia física constante.
Ella es un corazón que late suavemente y que suaviza el paso del tiempo, como si el latido del corazón fuera una medicina para alejar la realidad de que eventualmente los niños crecerán y seguirán su camino.
Para nuestros hijos, esta noción nunca ha pasado por su mente, de tan profundamente envueltos que están en el manto de su madre. Veo en todo esto que hasta los sacrificios de la maternidad son hermosos.
Todo esto se refleja en la maternidad de María, a la que a menudo también acuden personas no religiosas. Y uno de los eventos más hermosos para ver este tipo de maternidad en acción son los extraños y notables eventos que comenzaron el 9 de diciembre de 1531, cuando un aldeano mexicano llamado Juan Diego caminaba a casa desde la iglesia cerca de lo que ahora es la Ciudad de México.
En una colina llamada Tepeyac una mujer se le apareció y le habló, describiéndose a sí misma como la Madre de Dios. Durante el transcurso de los siguientes días, ella continuó hablando con Juan y dándole instrucciones. Sus palabras y acciones revelan una profunda comprensión de la naturaleza de la maternidad y podemos extraer lecciones atemporales de ellas…
Fracasar no significa que seas mala madre
María se le apareció a Juan Diego por una razón. Ella quería que se construyera una iglesia, así que lo envió al obispo local para obtener su apoyo. Juan fue, le contó su historia al obispo y pidió una nueva iglesia, pero el obispo dijo que no.
Decepcionado, Juan regresó, admitió su fracaso y afirmó que no pudo hacerlo porque es solamente una “bestia de carga”. Le rogó a la Virgen que no lo enviara de nuevo. María aceptó el fracaso con calma y lo envió de nuevo de todos modos.
Finalmente, el obispo recibió una señal: la milagrosa imagen de la Señora, llamada Nuestra Señora de Guadalupe, apareció misteriosamente en el manto de Juan. Y con eso, Juan y María lo consiguieron.
Millones de personas visitan todavía hoy la catedral de Ciudad de México para ver la increíble imagen que desconcierta a los científicos hasta el día de hoy.
Cuando yo era niño y mi madre me decía que no hiciera algo, yo asentía con la cabeza y luego, de inmediato… lo hacía. Siempre me arrepentía después, pero mi madre siempre consideró el fracaso como una oportunidad para mí de crecer hasta que, finalmente, entendí la lección.
Los niños cometen errores y se esfuerzan para crecer. Una madre no puede eliminar estos obstáculos, pero proporciona un apoyo mucho más valioso: su amor inquebrantable.
La maternidad va más allá de tus propios hijos
María le dice a Juan: “Yo soy… Madre de todos los que vivís unidos en esta tierra, y de toda la humanidad”. No quiere ser solo la madre de Juan. Quiere ser la madre de todos. Al final, ella cambia el curso de una cultura entera y hasta el día de hoy es querida en México y por todo el mundo.
Las madres son influyentes mucho más allá de sus propios hijos. Por ejemplo, recuerdo a las madres de mis amigos que también ejercían de madres conmigo. Nos traían galletas con virutas de chocolate, nos llevaban a los entrenamientos de baloncesto y me regañaban cuando me portaba mal.
Hoy, como adulto y sacerdote (casado), hay una mujer que actúa como madre espiritual para mí y reza ferozmente por mí.
La maternidad es un regalo de gran alcance y no se detiene una vez que los niños salen de la casa.
La maternidad significa sufrimiento
María le dice a Juan que en la nueva iglesia creará un hogar, diciendo: “Allí escucharé su clamor, su tristeza, para frenar todos sus dolores diferentes, sus miserias y penas, para remediar y aliviar sus sufrimientos”. Su plan es consolar a sus hijos, asumir sus preocupaciones, miserias y luchas y hacerlas suyas.
La maternidad es alegre pero también dolorosa porque las madres sienten el dolor de sus hijos como si fuera el suyo propio. El dolor, no obstante, es una señal de que el vínculo de amor es inquebrantable, y en el compartir existe una oportunidad genuina para aliviar el peso y sanar.
Las madres son genuinas
Deborah McNamara, en Motherhood as Spiritual Art, escribe sobre el significado de las palabras de Nuestra Señora de Guadalupe y afirma: “Para mí, significa que seamos reales. Que nos levantemos en medio del caos (o no) y nos mantengamos firmes en el amor y la compasión, incluso cuando no parezca o se sienta ‘perfecto’”.
María estuvo presente para el pueblo mexicano en un período conflictivo y desastroso de su historia que estuvo marcado por la conquista española y el cambio de los antiguos rituales de sacrificio humano.
Después de su aparición, toda la nación se convirtió y cambió de rumbo. Las madres también están presentes para sus hijos incluso cuando la vida no es perfecta. Son un testimonio del poder de la persistencia amable, el perdón y el ánimo positivo como fuerzas poderosas que pueden afectar no solo a sus propios hijos, sino también al mundo entero.