Con el asesinato a balazos del P. Juan Miguel Contreras, la tarde del 20 de abril, suman 23 los crímenes contra sacerdotes en los últimos seis años, el periodo más violento en la historia reciente de la Iglesia en México.
El P. Contreras se encontraba al interior de la iglesia de San Pío de Pietrelcina, en Guadalajara, Jalisco, cuando dos hombres ingresaron y acabaron con su vida. De acuerdo a la Fiscalía General del Estado de Jalisco, el cuerpo del sacerdote presentaba “varios impactos por arma de fuego”.
Apenas dos días antes, el P. Rubén Alcántara Díaz, vicario judicial de la Diócesis de Izcalli, fue asesinado dentro de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen.
En febrero los sacerdotes Germaín Muñiz García y Iván Añorve Jiménez fueron acribillados en una carretera, sin que hasta la fecha las autoridades hayan esclarecido el crimen.
Se trata de las cuatro últimas víctimas de un largo historial que se suman, desde 1990, a los crímenes contra 1 cardenal, 47 sacerdotes, un diácono, 4 religiosos, 9 laicos y una periodista católica; de acuerdo a las investigaciones y reportes del Centro Católico Multimedial de México (CCM).
Asimismo, según el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal -organización mexicana de derechos humanos-, 12 de las 50 ciudades más violentas del mundo en 2017 fueron mexicanas.
Luego de la muerte del P. Contreras, los obispos mexicanos hicieron “un urgente llamado para construir una cultura de paz y de reconciliación” en el país.
“Es tiempo de mirar con honestidad nuestra cultura y sociedad, para preguntarnos el porqué hemos perdido el respeto a la vida, y a lo sagrado”, señalaron.
En 2017, en medio de la creciente ola de violencia en el país, fueron asesinadas más de 29 mil personas en México.
Y la violencia no ha tenido clemencia con los pastores.
De acuerdo al CCM, el sacerdote P. Víctor Manuel Diosdado Ríos, de la Diócesis de Apatzingán, fue asesinado el 7 de junio de 2012 porque “su trabajo pastoral incomodó a varios criminales”.
Al año siguiente fueron asesinados otros cuatro sacerdotes, uno de ellos fue el P. Joel Román Salazar, de la Diócesis de Ciudad Altamirano, en Guerrero. El presbítero fue “despeñado en su automóvil con premeditación, alevosía y ventaja”.
Muchos de los sacerdotes asesinados habían sido secuestrados y torturados.
Entre ellos estuvieron los sacerdotes Alejo Nabor Jiménez Juárez y José Alfredo Juárez de la Cruz, asesinados en Veracruz en septiembre de 2016.
Ese mismo mes fue secuestrado y asesinado el P. José Alfredo López Guillén, en Michoacán.
Un caso sonado en 2017 fue el del P. José Miguel Machorro, apuñalado al culminar la Misa en la Catedral Metropolitana de México el 15 de mayo. Tras una larga hospitalización, falleció el 3 de agosto.
En su mensaje del 20 de abril de este año, los obispos mexicanos exhortaron a los criminales, a aquellos que “menosprecian y arrebatan la vida por cualquier causa”, a “dejarse mirar por el rostro bondadoso de Dios, para deponer no solo las armas, sino el odio, el rencor, la venganza, y todo sentimiento destructivo”