HAZTE SENTIR
Del 10 – 14 de noviembre de 2025, se llevo a cabo la CXIX Asamblea Plenaria del Episcopado Mexicano, en donde los obispos mexicanos dieron a conocer el siguiente mensaje:
«Iglesia en México: Memoria y Profecía — Peregrinos de Esperanza
hacia el Centenario de nuestros Mártires»
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Con profunda gratitud a Dios nos dirigimos a ustedes, Pueblo de Dios que peregrina en esta tierra mexicana. En estos días hemos estado reunidos en nuestra CXIX Asamblea Plenaria, y bajo la moción del Espíritu Santo, queremos compartirles nuestra palabra y nuestro sentir como pastores que caminamos con ustedes, que escuchamos sus dolores, que compartimos sus esperanzas y que, unidos en Cristo, buscamos ser instrumentos de consuelo y de profecía.
Han transcurrido seis meses desde que nos reunimos en abril, en aquellos días marcados por la despedida del Papa Francisco y la celebración de sus exequias. Hoy nos reunimos en este tiempo nuevo del ministerio del Papa León XIV, a quien el Espíritu Santo ha confiado el cuidado del rebaño de Cristo.
Al dirigirnos a ustedes, lo hacemos con el corazón de pastores que reconocen en cada uno de ustedes el rostro de Cristo. Sabemos que llevan en sus corazones el peso de la vida cotidiana, con sus alegrías y desafíos, con sus luces y sombras. Queremos que sepan que caminamos con ustedes, que somos pueblo con el pueblo, que, como pastores, somos también ovejas del rebaño del único Pastor, Jesucristo. Reconocemos con humildad que en algunas ocasiones no los hemos acompañado como es nuestro deber, por lo que pedimos perdón a Dios y a ustedes.
I. Bajo el ministerio del Papa León XIV: Don de Unidad para la Iglesia
La elección del Papa León XIV ha sido recibida por la Iglesia universal con alegría y esperanza renovada. Su ministerio petrino, apenas iniciado, ya nos ha ofrecido signos claros de los caminos que el Espíritu Santo quiere que recorramos.
En su mensaje inaugural nos recordó con palabras que resuenan en lo profundo:
«La Iglesia es comunión o no es nada. La unidad de los pastores no es un lujo espiritual ni una estrategia de gobierno, es la forma misma del Evangelio. Cuando los obispos caminan unidos, el pueblo de Dios puede creer que el Padre envió al Hijo para la salvación del mundo».
Estas palabras nos interpelan porque sabemos que la unidad entre nosotros no es un dato garantizado, sino una gracia que debemos recibir y cultivar cada día con humildad y caridad fraterna. Y queremos que ustedes sepan, hermanos y hermanas, que esta unidad entre nosotros es para servir mejor a la unidad de todo el Pueblo de Dios.
El Santo Padre León XIV ha insistido, desde el inicio de su pontificado, en dos ejes fundamentales que iluminan nuestro caminar: la unidad de la Iglesia y la paz en el mundo, no son dos temas desconectados, sino dos dimensiones de un mismo misterio:
«No puede haber paz auténtica en el mundo si no hay comunión en la Iglesia. Y no puede haber verdadera comunión eclesial si la Iglesia permanece indiferente ante los clamores de un mundo herido por la violencia y la injusticia».
Para nosotros, Iglesia que peregrina en México, estas palabras tienen un peso particular. Vivimos en un país que anhela la paz y que necesita testigos creíbles de reconciliación. Y queremos que sepan, hermanos, que ese testimonio lo queremos dar juntos: pastores y pueblo, caminando unidos en Cristo. Ustedes no nos piden que seamos perfectos, pero sí que seamos auténticos; no nos piden que tengamos una sola sensibilidad pastoral, pero sí que en medio de la riqueza de nuestros distintos puntos de vista conservemos nuestra comunión fundamental en Cristo.
Bajo la inspiración del magisterio del Papa León XIV, buscamos discernir juntos el camino que el Señor espera de nosotros en este momento de la historia de México y de la Iglesia. Y ese camino, hermanos, está marcado por un horizonte de gracia que se despliega ante nosotros: la ruta de los jubileos que nos llevarán del 2025 al 2031 y 2033. Este es el camino de la Esperanza de México, un camino que queremos recorrer con ustedes, como Pueblo de Dios.
Esta Asamblea tiene objetivos concretos que guían nuestras deliberaciones: profundizar en la implementación de la sinodalidad en nuestras iglesias locales, reflexionar sobre la realidad migratoria que atraviesa nuestro país para seguir acompañando pastoralmente a quienes sufren el desplazamiento forzado, actualizar nuestras normas complementarias para una mayor eficacia pastoral, y retomar los compromisos sobre familia y paz que asumimos en nuestra anterior Asamblea. Estos objetivos no son temas aislados, sino dimensiones de un único llamado: ser Iglesia sinodal, profética y cercana al pueblo que sufre.
II. Ruta Jubilar 2025 – 2031 – 2033: Construyendo la Esperanza de México
La Providencia divina nos ha regalado un itinerario de gracia extraordinario en el que distintas celebraciones convergen en un único camino: el encuentro con Jesucristo Resucitado, a quien la Virgen de Guadalupe nos conduce con ternura de Madre. Este es el camino para construir la Esperanza de México, esperanza que nace de la fe, se nutre en la caridad y se proyecta hacia un futuro de justicia, paz y reconciliación.
- El Año 2025: Jubileo de la Esperanza
Estamos concluyendo este Año Santo convocado por el Papa Francisco que nos ha recordado que la esperanza cristiana no es optimismo ingenuo ni evasión de la realidad, sino virtud teologal que nos sostiene en medio de la tribulación. Como nos dice San Pablo: «La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones» (Rom 5,5).
¿Qué nos ha dejado este Año Jubilar? La certeza de que somos peregrinos, no habitantes instalados; caminantes hacia la patria definitiva en el Reino de Dios, no constructores de paraísos terrenales que inevitablemente se desmoronan. Necesitados siempre de la gracia y la misericordia de Dios, queremos invitarlos, hermanos y hermanas, a que esta experiencia de gracia jubilar no termine, sino que se transforme en la Esperanza de México que construiremos juntos.
Este 2025 también conmemoramos el centenario de la proclamación de la solemnidad de Cristo Rey para la Iglesia y el mundo, proclamada en la encíclica Quas Primas del Papa Pío XI. Durante este año, hemos preparado 38 catequesis bajo el título «Venga Tu Reino», que hemos puesto al servicio de nuestras diócesis, parroquias y comunidades.
Estas catequesis han querido ser una preparación teológica y espiritual para comprender qué significa proclamar a Cristo Rey en un contexto de crisis civilizatoria. Y hoy les preguntamos, hermanos: ¿Quién reina verdaderamente en nuestras sociedades? ¿Cristo, o los ídolos del poder, el dinero, la violencia y la mentira? ¿Quién reina en nuestro corazón? ¿Las ideologías políticas y culturales o el Evangelio? Esta pregunta no es retórica: es una invitación a una conversión personal y social, una invitación para que Cristo reine en nuestras vidas, en nuestras familias, en nuestra sociedad.
- El Año 2026: Memoria de la resistencia cristera que nos interpela
Permítannos hacer memoria de un hecho que no podemos ignorar:
Apenas unos meses después de la proclamación de la Solemnidad de Cristo Rey, en julio de 1926, entraba en vigor la llamada “Ley Calles” en nuestro país que desató la persecución religiosa más cruenta de nuestra historia. Es por ello que en enero de 1927, el pueblo católico, reprimido, inició el levantamiento armado conocido como la Resistencia Cristera.
¿Una casualidad? No, hermanos: Un acontecimiento providencial.
Cuando el Estado totalitario intentó imponer su dominio absoluto sobre las conciencias, nuestros mártires comprendieron con claridad meridiana la centralidad de Jesucristo: morir gritando ¡Viva Cristo Rey! era afirmar que ningún poder humano puede reclamar la soberanía absoluta sobre la persona y la conciencia. Era decir con la vida lo que proclamaban con los labios: Cristo es Rey, no el Estado opresor; Cristo es Rey, no el dictador en turno que se envuelve en su soberbia.
Queremos honrar hoy la memoria de los más de 200 mil mártires que entregaron sus vidas defendiendo su fe: Niños, jóvenes, ancianos; campesinos, obreros, profesionistas; sacerdotes, religiosos laicos; El México heróico de los cristeros que dieron su vida por una causa sagrada, por la libertad de creer y de vivir según su fe, todos ellos escribieron una página luminosa en la historia de la Iglesia universal y de nuestra patria.
El centenario del 2026 no puede ser una mera conmemoración nostálgica. Debe ser un examen de conciencia y un compromiso renovado. Nuestros mártires nos preguntan hoy: ¿Estamos dispuestos a defender nuestra fe con la misma radicalidad? ¿Hemos perdido el sentido de lo sagrado? ¿Nos hemos acomodado a una cultura que quiere relegar la fe al ámbito privado?
- El Año 2031: Jubileo Guadalupano — Esperanza de reconciliación y libertad
El 2031 V Centenario del Acontecimiento Guadalupano en el Tepeyac, no es solo una fecha para México, sino para todo el continente americano y para la Iglesia universal. Como preparación a este gran acontecimiento, hemos iniciado la Novena Intercontinental Guadalupana, invitando a las conferencias episcopales de todo el mundo a sumarse a este camino de preparación espiritual.
Guadalupe es memoria de reconciliación. En el siglo XVI, cuando dos mundos tan diferentes se encontraron en estas tierras, María se manifestó en el Tepeyac como puente entre culturas y razas, como Madre que acoge a todos sus hijos sin distinción. Guadalupe nos enseña que la unidad no se construye anulando las diferencias, sino reconociendo en cada rostro la imagen de Dios. Guadalupe ha impulsado en otro momento de la historia los sentimientos de libertad de nuestro pueblo. Hoy debe ser también un signo de fortaleza para liberarnos de la violencia, la pobreza y la injusticia.
Para culminar este itinerario, en el 2033 celebraremos el bimilenario de la Redención Universal, los dos mil años de la resurrección de Cristo que queremos celebrar con todo el Pueblo de Dios en un ambiente de fraternidad y paz.
III. Realidades que no podemos callar en el contexto mexicano actual
Como pastores tenemos el deber de hablar con claridad sobre la realidad de nuestro país. No lo hacemos desde una posición política ni partidista, sino desde la responsabilidad que se nos ha confiado como servidores del Evangelio. No podemos ser indiferentes ante el sufrimiento de nuestro pueblo. No podemos permanecer neutrales cuando está en juego la dignidad de las personas. Nuestra misión de anunciar el Evangelio nos exige anunciar la verdad con amor.
En estos tiempos, observamos con preocupación cómo algunos discursos públicos construyen una narrativa que no corresponde a la experiencia cotidiana de millones de mexicanos.
Nos dicen que la violencia ha disminuido, pero muchas familias que han perdido seres queridos o poblaciones enteras que viven con miedo constante experimentan otra realidad.
Nos dicen que se combate la corrupción pero ante casos graves y escandalosos, no se ve la voluntad de atenderlos y esclarecerlos por lo que prevalece la impunidad.
Nos dicen que la economía va bien, pero muchas familias que no pueden llenar su canasta básica y muchos jóvenes que no encuentran oportunidades de trabajo nos hacen ver que esto no es verdad.
Nos dicen que se respetan las libertades, pero quienes expresan opiniones críticas son descalificados y señalados desde las más altas tribunas del poder.
Nos dicen que somos el país más democrático del mundo, pero la realidad es que hemos visto cómo han destruido los organismos y las instituciones que garantizaban la auténtica participación ciudadana para concentrar el poder arbitrariamente.
Vivimos tiempos difíciles, la violencia se ha vuelto cotidiana. Ese cáncer del crimen organizado que padecemos desde hace años ha extendido sus tentáculos a todos los rincones del país. Ninguno de los dirigentes que gobierna este país ha logrado erradicar este mal.
Nuestro Nación sigue bajo el dominio de los violentos. No debemos tener miedo de hablar de lo que todos sabemos, pero algunos prefieren callar:
Continúan los asesinatos y las desapariciones. Sigue derramándose sangre inocente en nuestras calles, pueblos y ciudades. Familias enteras son desplazadas por el terror de la delincuencia organizada. Vivimos la inseguridad cotidiana al transitar por los caminos y autopistas. Las extorsiones se han vuelto sistemáticas para pequeños y medianos empresarios, para agricultores y transportistas, incluso para las familias humildes, obligados todos a pagar “cuotas” a los criminales bajo amenazas de muerte. El Estado, que en muchos lugares ha cedido el control territorial a grupos delictivos, no logra recuperarlos.
Sacerdotes, religiosas, agentes de pastoral, incluso algunos políticos que buscan cambiar esta situación han sido amenazados y asesinados ante la impotencia ciudadana. Hemos tenido que llorar la muerte de varios hermanos presbíteros que dieron su vida sirviendo a sus comunidades. Sentimos el dolor por todos aquellos que buscando el bien han sido sacrificados.
Nuestros jóvenes están siendo secuestrados y llevados a los campos de corrupción o exterminio convirtiéndose en uno de los más grandes dramas de nuestra sociedad. Todo esto nos habla de la degradación social a la que hemos llegado y que exige una conversión profunda de quienes han optado por el mal. Hacemos un enérgico llamado a una conversión personal y social para alcanzar una verdadera transformación.
La migración forzada continúa. Miles de mexicanos se ven obligados a abandonar sus tierras, no solo por buscar mejores oportunidades, sino también por huir de la violencia. Y los que migran se encuentran con nuevas formas de violencia en el camino. Por nuestro territorio cruzan miles de hermanos centroamericanos y de otros continentes, víctimas de extorsión, secuestro, trata y muerte.
Y en cada una de estas realidades, la Iglesia está presente con casas del migrante, albergues, defensa de derechos y acompañamiento pastoral. El rostro del migrante es el rostro de Cristo crucificado hoy.
No debemos quedarnos en estadísticas frías que nos dan cuenta de todas estas realidades de inseguridad, de pobreza e injusticia. Son rostros concretos. Son familias destrozadas. Son madres que lloran a sus hijos. Son comunidades indefensas y empobrecidas. Nosotros como pastores, no podemos permanecer indiferentes.
Hermanos migrantes, ustedes que sufren la violencia, las amenazas, el miedo, el desplazamiento forzado, sepan que sus obispos están con ustedes. Escuchamos su clamor, compartimos su angustia, acompañamos su dolor. Y queremos que el testimonio de nuestros mártires sea fuente de esperanza: ellos vencieron porque Cristo venció, y nosotros también venceremos si permanecemos unidos a Él.
Queremos que sepan que nuestra cercanía está siempre con las víctimas, con los pobres, con los que sufren. Que nuestra amistad es con el pueblo sencillo que lucha cada día por sobrevivir con dignidad. Como nos dice el Papa León XIV en su Exhortación Apostólica Dilexi Te: «El cuidado de los pobres forma parte de la gran Tradición de la Iglesia, como un faro de luz que, desde el Evangelio, ha iluminado los corazones y los pasos de los cristianos de todos los tiempos» (DT 103).
No lo hacemos con odio ni con resentimiento. Lo hacemos con la firmeza que brota del amor. Porque amamos a este pueblo del que somos parte. Porque amamos a esta que es nuestra nación. Y precisamente por ese amor no podemos callar ante lo que está mal. Nos dice el Papa León XIV en su exhortación apostólica: «Siempre debe recordarse que la propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación individual e íntima con el Señor. La propuesta es más amplia: es el Reino de Dios (cf. Lc 4,43)… Entonces, tanto el anuncio como la experiencia cristiana tienden a provocar consecuencias sociales. Buscamos su Reino» (DT 97).
IV La Familia: Corazón herido de la sociedad
Toda esta realidad preocupante comienza en la familia: una sociedad que no protege a la familia se desprotege a sí misma. Lo que estamos viviendo es una sistemática desestructuración familiar que genera, inevitablemente, una desestructuración social.
Los datos son alarmantes y no podemos ignorarlos: familias desintegradas, violencia intrafamiliar y en ambientes escolares, adicciones que destruyen la vida de los jóvenes. Detrás de las estadísticas hay rostros de personas concretas sin futuro.
Necesitamos elevar la voz profética cuando las políticas públicas atentan contra la familia.
Las políticas públicas educativas actuales se están implementando sin un diálogo genuino con los padres de familia y los demás agentes de la educación. Se promueve, de manera sutil y, en ocasiones, de manera explícita, una visión antropológica ajena a la dignidad integral de la persona humana. Se introduce en las escuelas una ideología que relativiza la complementariedad hombre-mujer, que diluye la identidad sexual, que presenta como “progreso” lo que en realidad es deconstrucción de la naturaleza humana. Se añade también una ideología política de confrontación social que no conduce a nada bueno.
Y cuando los padres de familia y otros integrantes de la sociedad expresan su preocupación, son descalificados como “conservadores”, “retrógrados” o “enemigos de los derechos”. Se les niega el derecho fundamental a participar activamente en la educación de sus hijos. Se les dice que el Estado sabe mejor que ellos lo que sus hijos necesitan aprender.
Hermanos, esto no es solo una cuestión educativa. Es una cuestión antropológica, ética y, en última instancia, moral. Porque está en juego la visión misma del ser humano. ¿Qué es el hombre? ¿Qué es la mujer? ¿Qué es la familia? ¿Qué es la sociedad? ¿Quién tiene autoridad para definir estas realidades? ¿El Estado? ¿La ideología dominante? ¿O la verdad inscrita en la naturaleza humana y revelada por Dios?
Una de nuestras prioridades pastorales debe ser el acompañamiento integral de las familias. No podemos limitarnos a preparar a las parejas para el matrimonio y luego abandonarlas a su suerte. Necesitamos una pastoral familiar robusta, que acompañe a las familias en todas las etapas de su vida, que las fortalezca ante las crisis, que las ilumine con la luz del Evangelio
V. Peregrinos de Esperanza hacia el 2026
Hermanos y hermanas, pudiera parecer que este diagnóstico de la realidad nos lleva al pesimismo. Pero no es así. Porque la esperanza cristiana no consiste en cerrar los ojos ante el mal, sino en mantenerlos abiertos reconociendo que Cristo ha vencido al mal con el bien. Solo reconociendo nuestros errores podemos corregirlos.
Concluye el Año Jubilar de la Esperanza, pero continúa nuestra peregrinación hacia nuevas metas para transformar nuestra sociedad, como lo hicieron en su momento nuestros mártires. Fueron fieles en medio de la persecución. No esperaron que el Estado totalitario se volviera benévolo. Resistieron con la fuerza de su fe. No esperaron que fuera fácil seguir a Cristo. Lo siguieron, aunque les costara la vida.
Y nosotros, hermanos, emprendamos nuestros caminos de paz y solidaridad para cambiar nuestra realidad hacia la justicia y la fraternidad.
VI. Bajo la mirada de Guadalupe
Hermanos y hermanas, mientras discernimos estos caminos con ustedes, lo hacemos bajo la mirada maternal de Santa María de Guadalupe.
Guadalupe unió culturas y pueblos en torno a Cristo. Guadalupe impulsó los sentimientos de libertad. Guadalupe sostuvo a nuestros mártires en su testimonio. Guadalupe acompaña hoy a nuestro pueblo que sufre. Santa María de Guadalupe nos sostiene a nosotros, pastores, en la tarea de ser voz profética y servidores de la reconciliación. Y Guadalupe los sostiene a ustedes en medio de sus luchas cotidianas.
Que Ella, la Morenita del Tepeyac, Madre del verdadero Dios por quien se vive, nos enseñe a ser portadores de esperanza en medio de las exigencias del tiempo presente y nos enseñe a responder con la fuerza de la fe.
Que el Espíritu Santo, que nos ha reunido en esta Asamblea, ilumine nuestras deliberaciones. Que nos conceda la sabiduría para discernir los caminos que Dios espera de nosotros. Que fortalezca nuestra unidad como Colegio Episcopal y nuestra comunión con todo el Pueblo de Dios.
Que esta CXIX Asamblea Plenaria sea un momento de gracia para fortalecer nuestra comunión como Iglesia, renovar nuestro compromiso profético y prepararnos para vivir el centenario de 2026 como verdaderos discípulos de Cristo Rey.
CONCLUSION
Hermanas y hermanos mexicanos, ante muchas de las dolorosas realidades que hemos mencionado, los obispos mexicanos no tenemos la solución; pero estamos dispuestos a buscarla en diálogo con todos los que verdaderamente amen a México, más allá del partido político en el que militen, de la ideología que los inspire o del credo religioso que profesen.
Entre tanto, sigamos construyendo juntos, con Cristo Rey como única y verdadera esperanza de México, confiados en que Santa María de Guadalupe nos conduce hacia un futuro de justicia, paz y reconciliación .
¡Viva Cristo Rey!
¡Santa María de Guadalupe!
EN NOMBRE DE TODOS LOS OBISPOS DE MÉXICO
Cuautitlán Izcalli, Estado de México, 13 de noviembre de 2025