A estas cuatro santas, la Iglesia las reconoce como maestras de la fe para los fieles de todos los tiempos. ¿Las conoces?
Este 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer, fecha oportuna para recordar a 4 grandes mujeres que son santas y que distintos Papas las han declarado Doctoras de la Iglesia.
Ser doctor o doctora es un título que la Iglesia otorga a algunos santos para reconocerlos como eminentes maestros de la fe para los fieles de todos los tiempos.
Por su conocimiento, ellas son doctoras de la Iglesia:
Hildegarda de Bingen fue una religiosa alemana
Hildegarda de Bingen (1098- 1179)
Hildegarda de Bingen (1098- 1179) fue una religiosa alemana que bajo la Regla de San Benito se enclaustró en 1112 a los 14 años de edad y fue autora de cuatro grandes obras literarias, inspirada por una luz interna que miraba cada vez con mayor frecuencia: Scivias, Conoce los caminos –que terminó en 1151-; Symphonía armonie celestium revelationum, que son cantos para enriquecer la liturgia en las celebraciones religiosas; Physica donde habla de las ciencias naturales y Cause et cure en el que expuso el funcionamiento del cuerpo humano, herbolaria y otros tratamientos médicos que incluían las propiedades de algunas piedras y animales.
Esta santa tuvo revelaciones que le permitieron profetizar, entre otras cosas, sobre el Anticristo. Tuvo correspondencia con cuatro Papas, dos emperadores, y el rey Enrique II de Inglaterra.
Ella fue canonizada por Benedicto XVI quien la proclamó Doctora de la Iglesia en 2012.
Santa Catalina de Siena.
Santa Catalina de Siena (1347-1380)
En 1452, la Iglesia había tenido una fractura por la inestabilidad política y social que se vivía en Roma y que fue llamada Cisma de Oriente, que obligó a los Papas a refugiarse en Avignon, Francia.
Una mujer llamada Catalina Benincasa, conocida como Catalina de Siena destacó por su piedad. Nació el 27 de marzo de 1347, era hija de un poeta local que tuvo 25 hijos. A los 16 años, Catalina ingresó a la Tercera Orden de los Dominicos, pero el paso decisivo de su vocación religiosa lo tomó en 1370, a los 23 años.
Inquieta por la situación que vivían los Pontífices escribió cartas al Papa para que se estableciera en Roma. Era inusual y hasta un atrevimiento que una mujer que aprendió a escribir ya de adulta y que no hablaba latín, se atreviera darle consejos al Papa sobre qué hacer en los difíciles momentos por los que atravesaba la Iglesia.
Lo mismo hizo con otros nobles, por ejemplo, a Carlos V de Francia, a quien le escribió: “¿no os habéis parado nunca a pensar el mal que causáis cada vez que está en vuestras manos hacer el bien y no lo hacéis?” Ella quería tres cosas: que el Papa regresara a Roma, la reconquista de los lugares santos y la renovación de las estructuras eclesiales.
Tal vez, Catalina nunca hubiera escrito las 380 cartas que de ella se conocen, de no haber tenido revelaciones de Jesucristo, San Pedro y San Pablo que guiaron sus pasos en estos difíciles años pues, además, en 1366 hubo un golpe de estado en Siena, donde ella vivía.
A estas inquietudes se sumaron las visiones que tuvo en 1370 del Cielo, el Purgatorio y el infierno que la impulsaban a la oración y la penitencia, e incluso 5 años después recibió los estigmas de la Pasión de Cristo de manera invisible, pero le causaban profundos dolores que parecían rebasar sus fuerzas.
Una voz interna la llamaba a salir a la vida pública, de modo que intensificó sus cartas con Gregorio XI, pero además intervino para que se estableciera la paz entre las repúblicas que existían en Italia. Y durante la epidemia de peste en 1374 ayudó a los enfermos.
Catalina de Siena era una mujer con talento diplomático y en 1376 fue enviada por la República de Florencia a Aviñón para hablar con Gregorio XI en busca de la paz con los Estados Pontificios. Por su mucha insistencia logró que el Pontífice volviera a Roma el 17 de enero de 1377, pero, además, pudo reconciliar a los florentinos durante el pontificado de Urbano VI.
Cuando ella falleció en Roma el 29 de abril de 1380, fue sepultada en la iglesia de Santa María Sopra Minerva, pero su director espiritual Raimondo di Capua, en 1383, trasladó parte de sus reliquias a Siena.
Ella fue canonizada por Pío II en 1461 y Paulo VI la declaró Doctora de la Iglesia en 1970.
Santa Teresa de Ávila, sus escritos le valieron el título de doctora de la Iglesia. Foto: Portal Carmelitano
Santa Teresa de Ávila 1515-1582
Santa Teresa de Ávila (1515-1582) de joven disfrutaba las lecturas de novelas caballerescas y de los libros sobre santos antes de ingresar al Convento de la Encarnación en España. Deseando tener una regla de mayor rigor, y a pesar de tener una salud frágil, optó por fundar una rama en la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo a la que llamó descalzas, porque el 13 de julio de 1563, en un gesto de humildad, se puso unas alpargatas de cáñamo.
Ella fue una gran mística, escritora y poeta quien decía: Solo Dios basta. Sus pasos reformadores, en los que ponía a San José como su protector, los siguió otro religioso: Juan de la Cruz (1542-1591), otro poeta místico como se advierte en Noche oscura del alma y Cántico espiritual. Ambos serían declarados Doctores de la Iglesia.
Es considerada la patrona de las misiones. Foto: Especial
Santa Teresita de Lisieux
Santa Teresita del Niño Jesús, también conocida como Teresita de Lisieux, es una de las santas más queridas; es la patrona de las misiones de la iglesia, aunque fue monja de clausura y jamás misionó fuera del claustro.
Fue declarada Doctora de la Iglesia en 1997 por San Juan Pablo II, pero ella sólo escribió un libro de carácter biográfico: Historia de un alma, publicación que ha despertado incontables vocaciones religiosas.
La grandeza de Santa Teresita radica en su espontánea sencillez y humildad pues ella se describía como una simple flor del campo, pero ya cerca de su muerte decía que desde el Cielo causaría una lluvia de rosas sobre la humanidad, razón por la cual es representada con un Cristo y esas flores.
Ella nació en Alencon, Francia, el 2 de enero de 1857 y sus padres fueron Louis Martin y María Celia Guérin, ambos muy devotos y cristianos ejemplares, razón por la que también fueron canonizados por el Papa Francisco el 18 de octubre de 2015. Los padres de Teresita tuvieron 9 hijos de los cuales sobrevivieron cinco; tres de ellas ingresaron al Carmelo.
Un duro momento en la vida de Teresita fue la muerte de su madre cuando ella tenía cuatro años de edad, y ante la ausencia del amor materno, vio en su hermana mayor, Paulina, una segunda madre. Es fácil de entender que cuando Paulina ingresó al convento, Teresita sintió una doble pérdida pues el convento era de clausura.
Teresita, desde niña, aspiraba a ser religiosa pero no tenía la edad suficiente para ingresar al convento, la cual era de 16 años, sin embargo, una oportunidad se abrió cuando viajó con familiares a Roma y en una audiencia con el Papa que tuvo lugar el 20 de noviembre de 1887, le pidió a León XIII que hiciera una excepción para poder cumplir su anhelo de ser monja de clausura, a lo que el Santo Padre respondió: si es la voluntad de Dios, serás carmelita descalza, lo cual ocurrió el 9 de abril de 1888, cuando ingresó al convento de Lisieux.
Cierta vez escuchó que un hombre que había asesinado a tres mujeres en Paris, Enrique Pranzini, fue sentenciado a muerte y fue ejecutado el 31 de agosto de 1887, pero antes de morir, Teresita lo adoptó como hijo espiritual y empezó a rezar por su arrepentimiento. La historia refiere que poco antes de subir a la guillotina, el reo pidió un crucifijo para besarlo.
Ella falleció el 30 de septiembre de 1897, a los 24 años de edad, y fue beatificada el 29 de abril de 1923 y canonizada el 17 de mayo, ambas ceremonias presididas por Pío XI.
Fuente: Desde La Fe