¿Cómo tomar la decisión de votar? A meses de las elecciones, aún queda tiempo para tomar una decisión. El tema es cómo vamos a decidir: ¿Con información validada, entendimiento de nuestras situaciones y un razonamiento sereno e imparcial? ¿O con chismes, ocurrencias y emociones? Ese es el gran tema.
La diferencia entre una democracia madura y una muy necesitada de desarrollo. Una sociedad que asume su responsabilidad ciudadana, o una que busca desahogar sus enojos.
Y esto no es un tema de partidos o de personas. En todas las tendencias, en todas las formaciones políticas se peca de irresponsabilidad ciudadana. El público observa divertido la lucha de lodo o algo peor, las acusaciones sin demostrar, las frases hirientes, las burlas y las calumnias. Los grandes medios “amarran navajas” a los presuntos precandidatos para hacer más “picante” el espectáculo y mejorar sus “ratings”.
En las redes está circulando un escrito que dice, poco más o menos: “Yo votaré por un loco, pero un loco diferente”. Independientemente del precandidato de que se trate, lo que me preocupa es el tipo de pensamiento. Para mí, el argumento es: Yo votaré por este porque odio a los otros. Porque me han hecho muchas. Porque así me puedo desquitar. Es, tristemente, el voto del hígado el que se está promoviendo. El voto del enojo, del desquite, del castigo, de la desconfianza, o el de la ilusión sin más base que las simpatías o los prejuicios. Mal asunto.
Y, en cierto modo, es de esperarse. Las opciones de precandidatos no han sido de lo más atractivo. No despiertan entusiasmo. No apelan a la razón ni a argumentos sólidos. Parecería que la clase política no nos considera capaces de entender y aceptar argumentos racionales. O, peor aún, son incapaces de crear esa clase de argumentos. La lógica, el sentido común, están ausentes en su comunicación con la ciudadanía.
Sí, nos hablan de dar los resultados que la sociedad quiere. Lo cual no tiene mucha ciencia. Abra usted un periódico. Entre más amarillista, mejor. Y, seguro, antes de dos horas encontrará agravios suficientes para preparar una plataforma política muy parecida a la de los “precandidatos”.
Lo que no hallará entre estos presuntos precandidatos serán propuestas sensatas sobre el modo como lograrán esos resultados que nos están ofreciendo y, mucho menos, como lo piensan financiar, cuanto nos costará a los contribuyentes y quienes los llevarán a cabo.
Bueno, como decían los ancianos, en alguien tiene que caber la razón. Y, claramente, no es en la clase política ni en los asesores de imagen y de mercadotecnia política. Somos los ciudadanos, los sufridos contribuyentes los que tenemos que dar un paso al frente y pensar las soluciones, proponerlas y difundirlas. Debemos hacernos a la idea de que, no importa quién gane, hay una alta probabilidad de que tengamos un mal gobierno. Hay que ir preparando nuestro plan emergente, para actuar en ese tipo de escenario e ir creando soluciones para contener los daños que se podrían dar. Lo cual, si lo logramos, sería un gran avance.