Según algunas encuestas, el 90% de los mexicanos están decepcionados de la democracia. Al ver los niveles de aprobación de los “precandidatos”, parecería que la realidad les da la razón a estas encuestas.
Ante el modo cómo se eligieron esos precandidatos en sus respectivos partidos, puede uno tener la certeza de que a la clase política lo último que le importa es la democracia. ¿Será que somos unos cuantos tercos los que creemos en ella y queremos vivir de manera democrática?
La verdad, aunque duela, es que nunca hemos vivido realmente en una democracia. Una democracia verdadera, una democracia sin adjetivos, como dice Enrique Krause. Podemos hablar de Madero y decirle el apóstol de la democracia. Pero sería más apropiado decirle el mártir de la democracia. En su breve gobierno no se pudieron crear las instituciones o los mecanismos que hicieran realidad el sufragio efectivo que el impulsó.
De ahí seguimos a las épocas de los cuartelazos, las asonadas y después la larga noche de la dictadura perfecta. La alternancia en el 2000 no logró hacer sólida una estructura democrática. Continuaron vivitos y coleando los liderazgos, los cacicazgos y los poderes fácticos. La vida interna de los partidos casi nunca o nunca se rigió por elecciones internas limpias y democráticas. ¿Cómo creer a los partidos que dicen desear democracia para el país si ellos no la practican? Sería un verdadero milagro que de practicas internas antidemocráticas nazcan gobiernos demócratas. Simplemente no está en el ADN de la clase política ser democráticos.
De modo que estamos decepcionados de algo que no hemos vivido, que no ha existido en nuestra realidad y que tampoco se ve en los organismos intermedios de la sociedad. Los organismos para cuidarla y evitar los fraudes están descabezados en algunos casos y profundamente desprestigiados.
¿Cuándo seremos un país democrático? Cuando nosotros, los ciudadanos, seamos demócratas en nuestra vida diaria. Cuando entendamos y practiquemos la democracia en todos los niveles. Cuando la entendamos y la exijamos. Cuando la clase política entienda que de veras nos importa y sientan que la exigimos.
Claramente esto no es fácil. No hay escuelas de democracia. El sistema educativo sigue sin enseñar que cosa es civismo, mucho menos qué cosa es democracia. ¿Entonces? Harán falta escuelas, pero sobre todo el ejemplo de muchísimos ciudadanos a los que la democracia les importe y la practiquen en todas sus actividades.
Comunicadores Católicos