Mediante el agua bendita, el bautizado recibe los frutos de la redención para una nueva vida en Cristo.
El agua bendita está estrechamente ligada al Bautismo. Su uso en la celebración de este Sacramento es muy antiguo; se remonta al Antiguo Testamento con la práctica de las purificaciones con agua que realizaba el pueblo de Israel y en los diversos momentos en que Dios intervino en la historia de la humanidad, por ejemplo, con el diluvio, el paso por el Mar Rojo para salir de Egipto o la roca de la que Dios hizo brotar agua para calmar la sed del pueblo, entre otros.
Pero también en el Nuevo Testamento se encuentran algunos pasajes relacionados con el agua como elemento clave; entre ellos, el bautismo practicado por Juan en el Jordán, al que el mismo Jesús se acercó para dar cumplimiento a la Escritura y comenzar su vida pública. Y más tarde, Jesús mismo, después de su Resurrección, envió a sus apóstoles para bautizar a todos los pueblos.
“En estos acontecimientos –tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento– la Iglesia Católica reconoce imágenes del Bautismo y la importancia del agua como elemento fundamental para llevarlo a cabo”, asegura el padre Arturo Andréi Carreño Huerta, especialista en Liturgia por la Pontificia Universidad de San Anselmo.
Explica el sacerdote que en el Bautismo, mediante el agua bendita, el bautizado recibe los frutos de la redención para una nueva vida en Cristo, se genera la vida en la fe, la comunión con toda la Iglesia, el perdón de los pecados y la santificación mediante la acción del Espíritu Santo.
“Precisamente, el agua bendita es el signo propio de esta fecundidad espiritual –apunta– pues así como el agua fecunda la tierra y hace brotar la vida, del mismo modo el agua bendita en el Bautismo riega el alma y la fecunda para que brote la vida en el bautizado”.
Tras explicar que “el agua bautismal limpia y purifica todos los pecados, es decir, el pecado original y los personales, el sacerdote aclara que esta cualidad purificadora de ninguna manera reside en el agua misma, sino que “es fruto de la redención realizada por Cristo y por la acción santificadora del Espíritu Santo que confiere esta gracia para que en el Bautismo el agua sea el signo visible y propio de esta purificación, de la renovación del bautizado y de la vida nueva que se genera en él gracias a la acción de Dios”.
Insiste: “El agua del Bautismo no es mágica; recibe la fuerza para regenerar y renovar a los bautizados por la acción del Espíritu Santo, que le confiere esta cualidad al ser invocado por la Iglesia mediante la oración de bendición sobre el agua durante la celebración del Sacramento, así es que el agua no tiene fuerza en sí misma como si fuera algo mágico, sino que es santificada por el Espíritu Santo para ser el instrumento de la santificación que Dios mismo realiza para la salvación”.
Cabe mencionar que entre las fórmulas utilizadas en la Iglesia para la bendición del agua bautismal, se encuentra la de la Vigilia Pascual, que invoca al Espíritu Santo para que el agua “adquiera la gracia de Cristo y el hombre quede limpio de su antiguo pecado, y de esta manera pueda renacer a la vida nueva por el agua, sobre la que desciende el Espíritu Santo para que todos los que reciban el Bautismo, sepultados con Cristo, resuciten también con Él a la vida eterna”.
Lo que los teólogos nos dicen:
- Sólo el agua es materia bautismal válida, ya sea de mar, de fuente, de pozo o de estanque.
- Puede ser clara o turbia; dulce o salada; caliente o fría; con color o transparente, o de hielo derretido.
- Materia inválida es aceite, saliva, vino, lágrimas, leche, sudor, caldo o jugo, etc.
¿El agua es necesaria?
El agua es fundamental. Las Sagradas Escrituras hablan del agua como un elemento fundamental para el Bautismo; no queda margen para ninguna interpretación metafórica.
El fundamento sobre el agua en el Bautismo se encuentra en citas bíblicas como éstas: Jn 3,5; Hch 10,47; Hch 8,36. Y en la Tradición, Tertuliano, Justo Mártir y san Agustín, entre muchos otros, trataron el tema.
Fuente: Desde La Fe