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Libertad Religiosa

Palabras del Card. Aguiar en la “Jornada de oración por las víctimas de abuso sexual”

“¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos”. Él contestó: “El que practicó la misericordia con él”. Jesús le dijo: “Anda y haz tú lo mismo”.

A partir de estas lecturas descubrimos tres elementos para poder acompañar a una víctima. El Evangelio se refiere, en este caso, a una víctima de acoso por bandidos, pero hoy, en esta jornada de oración, estamos pidiendo especialmente por las víctimas que han sido acosadas por personas a las que se les tenía toda la confianza, lo cual es mucho más grave.

¿Cómo podemos ayudar, como Iglesia, a quien ha caído?, ¿cuál es el cuidado y la posada que debemos darle? Tres son los puntos que quiero poner a su consideración y reflexión.

El primero lo decíamos juntos en el Salmo: “Señor, en ti he puesto mi confianza”. Así es, hemos puesto nuestra confianza en este Dios que es creador y redentor.

Cuando algo malo, algo muy grave, nos pasa en nuestra vida, de lo cual somos inocentes, es cuando más tenemos que recordar que este Dios, que nos ha creado y nos ha regalado la vida, es también redentor; es decir, redime, rescata, transforma y vuelve a generar esa vida que Él anheló para sus creaturas. Dios creador y redentor. Y por eso podemos decir: “Señor, en ti he puesto toda mi confianza”.

El segundo punto que quiero poner a su consideración es de la Primera Lectura, del libro de las Lamentaciones (Lm. 1,4-12), donde se nos explica la ruina desastrosa en la que ha caído Jerusalén, trayendo consigo enormes dificultades de hambre.

¿Por qué cayó en esta situación Jerusalén? Porque se deshonró a sí misma con inmoralidad, y no pensó en su futuro. ¡No pensó en su futuro!

Pero la vida no se acaba cuando sucede un drama, una tragedia; es una huella que hay que sanar, y la mejor forma de hacerlo es mirando hacia el futuro. Y si Dios me dio la vida, no me la dio para que se acabara con esto, sino que me la dio pensando en algo mucho más grande. Y la vida que me siga dando, tiene que contemplar ese futuro.

Tenemos que mirar hacia adelante, no ser esclavos del pasado; tenemos que ser conscientes de que hay un camino todavía por recorrer, y que en ese camino Dios será no sólo mi confianza, sino mi sostén. Será Dios quien me abra la posibilidad de generar aquello hermoso que yo sueño, que quiero, que anhelo, para desarrollar mi persona.

Este es el segundo punto que, como Iglesia, nos puede ayudar para que, quien ha sido víctima, no se quede clavado en el pasado, por más terrible que éste sea.

Y el tercer punto: el Evangelio (Lc. 10, 25-37) nos dice que Jesús responde a un maestro de la ley, quien le pregunta qué debe hacer para conseguir la vida eterna: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón”.

Pero, ¿cómo podemos amar a Dios cuando nos hemos hundido, y sobre todo, cuando nos hemos hundido en algo que no fue nuestra decisión? La respuesta es: mirando a la Cruz, mirando a Jesús crucificado, porque de allí podemos entender que Él también, muerto injustamente –porque le querían clausurar y cancelar toda su misión para que el pueblo no lo reconociera jamás como el verdadero Mesías–, fue crucificado como el “maldito de Dios”, como un blasfemo.

Mirando a la Cruz, y viendo hasta dónde llegó Jesús, podemos descubrir el amor que Dios nos tiene, y que está dispuesto a todo, con tal de volverte a la vida, de resucitarte en vida.

Ante cualquier desgracia –muchas de las cuales ocurren sin que nosotros seamos culpables– miremos la Cruz, y recordemos que el amor de Dios es mucho más grande que nuestras desgracias. Miremos la Cruz, y miremos a este Hijo de Dios, que, siendo Dios, se hace hombre para mostrarnos y expresarnos el gran cariño de Dios, el amor que nos tiene a nosotros, sus creaturas.

Hoy, en este momento de oración y de reflexión al escuchar la Palabra de Dios, pidamos por todos aquellos que han sido injustamente agredidos por personas que debían acompañarlos en el camino hacia el amor, hacia el descubrimiento de Dios. Pidamos que todos seamos capaces de generar en el otro, en el caído, ese cuidado y esa posada que necesita el ser humano cuando se encuentra hundido y herido, como son las víctimas de los abusos sexuales.

Pidámosle al Señor, con toda nuestra fe, confianza y esperanza, que nos ayude a ser una Iglesia que, reconociendo sus miserias, se apoye más en el amor que Dios nos tiene para manifestar su amor a las víctimas. ¡Que así sea!

SIAME

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