El Papa Francisco ha recordado 4 cosas que el Evangelio exige a los cristianos y que los diferencia de los paganos más o menos virtuosos:
- Amar a los enemigos
- Hacer el bien a los que nos odian
- Bendecir a los que nos maldicen
- Orar por los que nos maltratan
Es el Evangelio de Lucas (6, 27-38) quien plantea estas enseñanzas que muestran cómo debería ser “la vida de un discípulo”, a través, por ejemplo, de las Bienaventuranzas o las Obras de Misericordia.
Para no vivir como un pagano
En su homilía, el Papa Bergoglio señaló que los cristianos nunca deben entrar “en el chisme” o “en la lógica de los insultos”, que lo único que genera es “guerra”. Por el contrario, el Papa exhorta a buscar siempre tiempo para “orar por las personas molestas”.
“Éste es el estilo cristiano, ésta es la forma de vida cristiana. Pero si no hago estas cuatro cosas: Amar a los enemigos, hacer el bien a los que me odian, bendecir a los que me maldicen y rezar por los que me maltratan, ¿no soy cristiano? Sí, eres cristiano porque has recibido el bautismo, pero no vives como un cristiano. Vives como un pagano, con el espíritu de la mundanalidad”.
La locura de la cruz
Es verdad que es más fácil “hablar a las espaldas de los enemigos o de los que son de un partido diferente”, pero la lógica cristiana va contracorriente y sigue la “locura de la Cruz”. El objetivo final, agrega el Papa Francisco, “es llegar a comportarse como hijos de nuestro Padre”.
“Sólo los misericordiosos se parecen a Dios Padre. “Sed misericordiosos, como su Padre es misericordioso”. Este es el camino, el camino que va en contra del espíritu del mundo, que piensa lo contrario, que no acusa a los demás. Porque entre nosotros está el gran acusador, el que siempre nos acusa ante Dios, para destruirnos. Satanás: él es el gran acusador. Y cuando entro en esta lógica de acusar, maldecir, tratar de hacer daño a otro, entro en la lógica del gran acusador que es destructivo. Quien no conoce la palabra “misericordia”, no la conoce, porque nunca la ha vivido”.
“El gran acusador nos empuja a acusar”
La vida, por lo tanto, oscila entre dos invitaciones: la del Padre y la del “gran acusador”, “que nos empuja a acusar a los demás, para destruirlos”. “¡Pero es él quien me está destruyendo! Y tú no puedes hacerlo al otro. No puedes entrar en la lógica del acusador. “Pero padre, debo acusar”. Sí, acúsate a ti mismo. Te hará bien. La única acusación lícita que tenemos los cristianos es acusarnos a nosotros mismos. Para los otros sólo misericordia, porque somos hijos del Padre que es misericordioso”.