En un apartamento en Milán, Italia, el infante jugaba con sus colores cuando sucede lo inesperado….
Ha sido la mano de Dios”, repetía hasta el cansancio la madre a los médicos que le hicieron dos veces a su pequeño hijo de cuatro años una tomografía computarizada (TC) para descartar que hayan traumas. Era risueño el infante bajo observación en el hospital Niguarda de Milán, no obstante, una caída espectacular de más de 20 metros.
El menor hablaba, jugaba y pedía ir al parque. Los galenos tras horas de exámenes le encontraron apenas un rasguño en la mejilla y un hematoma en la cabeza.
48 horas antes, el niño jugaba con sus rayuelas en el comedor de la sala del apartamento al piso 7 ubicado en la periferia de Milán, Italia en vía Isimbardi 6, informó el periódico italiano, Il Corriere della Sera.
Una amiga de la madre, también filipina, de 42 años se percató que el pequeño ya no estaba en la sala después de salir de la ducha mientras se preparaba para ir a la misa del domingo.
“Cuando he salido del baño la puerta-ventana de la habitación estaba abierta, el niño no estaba; busqué en toda la casa”, dijo a las fuerzas del orden italianas la mujer que cuidaba del pequeño mientras su mamá trabajaba como empleada doméstica en la casa de una familia acomodada del centro de la capital de la moda italiana.
La carpa que servía como refugio improvisado construido en el patio en la planta baja del edificio construida por algunos jóvenes del norte de África sirvió como colchón para amortiguar el impacto, que ocurrió entre las 9:30 y las 9:40 de la mañana del domingo 22 de agosto de 2017.
¿Es un milagro? La policía está tratando de verificar los sucesos, especialmente los instantes en los cuales el niño abre la ventana. Tal vez la caída de los pasteles (crayolas), motiva al niño a pasarse la barandilla y mientras se encuentra en la cuneta, pierde el equilibrio y cae.
Dos hombres que fumaban en el balcón de un edificio cercano son testigos, viendo la escena; bajan por la calle y buscan el edificio correspondiente a la caída; entran y comienzan a tocar las puertas de los pisos de la planta baja.
Al final, cuatro jóvenes magrebíes que viven en el patio trasero adyacente al edificio, ven el techo roto de su carpa, y oyen el grito del niño, que se queja, en el suelo, en el jardín. Luego, llega la ambulancia y se corre al hospital. Para la madre ha sido la mano de Dios la que salvó la vida de su hijo.