La semana pasada, en una sesión extraordinaria, el Congreso de la CDMX aprobó dos dictámenes con grandes tintes animalistas que, lejos de ser una mera curiosidad local, deberían llamar a la reflexión a los capitalinos y a todos los mexicanos. Como se ha reportado en Bastión Político, iniciativas similares se discuten en todo el país e incluso en la Cámara de Diputados, lo que amplifica su potencial impacto.
Muchos celebraron la reforma al artículo 855 del Código Civil local, presentándola como un gran avance en la defensa de los derechos animales. Y es cierto: los animales tienen un valor intrínseco que merece ser reconocido y protegido. De hecho, este principio ya se encuentra regulado en nuestro marco legal y, aunque perfectible, debería bastar para su protección.
Sin embargo, la reforma presentada por la diputada Elvia Guadalupe Estrada (PVEM) va más allá. Al otorgar personalidad jurídica a los animales como “seres sintientes”, se da un primer paso crucial para equiparar sus “derechos” con los de las personas. Habrá quien aún no vea problema en esto, por lo que vale la pena desglosar las implicaciones con algunos ejemplos clave.
1. Una pendiente resbaladiza jurídica y antropológica
La CDMX fue la primera entidad en desdibujar un derecho fundamental y una verdad biológica al limitar, con la aprobación del aborto, el derecho a la vida desde la fecundación. No resulta extraño, pues, que ahora se allane el camino para que los animales ganen el derecho a ser protegidos incluso antes de nacer. Al combinar este estatus con leyes que regulan la cría y venta de mascotas –muchas de ellas explotadas para procrear–, se crea una contradicción jurídica y ética de considerable magnitud.
2. De los “perrhijos” a la custodia compartida: la nueva realidad familiar
En esa misma sesión, se aprobó la iniciativa de la diputada Luisa Fernanda Ledesma (MC) que eleva el concepto de “perrhijos” a otro nivel. Al ser considerados con personalidad jurídica, las mascotas ahora serán sujetas a procesos de guarda y custodia en casos de divorcio, tal como si se tratara de un hijo. Si bien el objetivo declarado es velar por su bienestar –asegurando recursos para alimentación y cuidados veterinarios–, la medida equipara legalmente a los animales de compañía con los hijos humanos.
3. La crisis tangible: el invierno demográfico
Las dos primeras ideas pueden ser muy abstractas, hablemos pues de datos concretos. En octubre de 2024, el reconocido sociólogo y demógrafo Carlos Welti Chane presentó en la UNAM, durante el Seminario Universitario de la Cuestión Social, datos alarmantes sobre la crisis del invierno demográfico. La pirámide poblacional mexicana comienza a invertirse; en algunas décadas, seremos una nación envejecida con una baja tasa de natalidad, similar a los países europeos.
Este fenómeno es multifactorial: políticas antinatalistas, acceso a la anticoncepción y, crucialmente, la decisión de muchas parejas jóvenes de sustituir a los hijos por mascotas. En palabras de Welti: “La caída de la fecundidad tiene consecuencias económicas porque va necesariamente acompañada de cambios en la estructura de edad y de aumento considerable de personas mayores, lo que también tiene sus costos”.
Frecuentemente, señalar estos puntos es tachado de “teoría de conspiración” o de ignorar el bienestar animal. Pero el debate trasciende eso: se trata de los serios problemas antropológicos que enfrentamos y del avance de ideologías que, bajo una bandera de compasión, pueden llegar a colocar el valor animal por encima de la dignidad humana y que ya en este momento está cambiando las estructuras y dinámicas familiares.
Estas leyes animalistas, pues, responden a nuevas “necesidades” sociales. Pero un principio fundamental es ignorado: no toda tendencia o deseo individual debe ser solucionado –o incentivado– por el gobierno. Convertir preferencias personales en ley, e intervenir en la esfera más íntima de las personas, es una peligrosa señal de totalitarismo que cercena la libertad bajo la apariencia de progreso.
En conclusión, queremos dejar claro que no estamos en contra de las mascotas ni de su bienestar. Sin embargo, hay que reconocer que esto no es una “victoria” para ellos; los animales son ajenos a nuestros constructos legales. Esta es, en realidad, una invitación a reflexionar sobre cómo se legisla en nuestro país, sobre los riesgos de convertir un deseo en ley y sobre cómo las nuevas estructuras familiares tienen repercusiones profundas en el futuro de la nación. Todos estos temas son dignos de seguir en la conversación pública.