Cuando el pelagianismo toca a la puerta de una comunidad…
El papa Francisco no deja de alertar sobre el riesgo de volvernos pelagianos, una herejía condenada por la Iglesia hace siglos y que sin embargo está introducida de manera sibilina en la vida diaria de muchos creyentes.
Para reflexionar, he aquí la historia de una madre soltera que vivía en un pueblito muy católico. Ella denunció con lágrimas ante el anciano obispo local que algunas señoras de buen nombre de su comunidad parroquial la habían llamado ‘pecadora’.
Igualmente, su hijo de ocho años vivía lleno de ansiedad, pues sus compañeritos de escuela, replicando el vocerío de algunos adultos, le llamaban con crueldad el ‘pequeño bastardo’.
El obispo, preocupado, llamó al párroco de la comunidad. El sacerdote, sorprendido por la voz malhumorada de su superior, se comprometió a encontrar una solución.
Así un domingo, al final de la misa dominical, realizó la siguiente comunicación: Hermanas y hermanos antes de terminar quisiera darles algunas informaciones de servicio…
La parroquia está buscando al fiel perfecto -la asamblea quedó fría y muda-. La persona que cumpla ese requisito ya no tendrá que venir a Misa, no tendrá que participar de los sacramentos, o venir a los retiros de cuaresma, al contrario será nuestro custodio supremo de la fe…
«Esa persona ungida por la gracia puede pasar en sacristía de lunes a viernes en horario de servicio y retirar un documento de absolución firmado con tinta celeste» -las personas comenzaron a mirarse unas a otras y a murmurar-.
Algunas señoras, líderes de la comunidad, pensaron que era una pésima broma del párroco, y ya estaban planificando mentalmente armar un comité para denunciar la herejía al señor obispo, y si fuera necesario, al mismo Vaticano, hasta llevar la denuncia a las ‘últimas instancias y consecuencias’.
Mientras articulaba su discurso y hacía una pausa, el párroco pensaba en Ana, esa joven madre que le hizo ganarse una llamada urgente del obispo.
También recordaba la ternura infinita con la cual Ana era padre y madre a la vez para su hijito, y el día en que vino a pedirle con devoción que se lo bautizara ya mayorcito.
«Bueno -prosiguió el párroco-, volvamos a esa persona justa… ella estará por encima de la iglesia que es ‘mamá, que comprende, acompaña y acaricia’ especialmente a sus hijos heridos y necesitados».
«Ese fiel perfecto, el súper creyente, tendrá un pedestal para juzgar “bajo un estilo de control, de dureza, de normatividad” al resto de fieles imperfectos».
«Ese fiel tendrá la potestad de calificar a todos, comenzando por Ana (única madre soltera de la pequeña comunidad), quien trabaja en fábrica, despierta al alba para dejar lonchera, desayuno y almuerzo listos para que doña María, su vecina, lleve a Pedrito (su pequeño hijo) a la escuela y de vuelta le caliente sus alimentos y él solito haga sus tareas».
«Ese fiel perfecto, llevará la bandera de la seguridad de sentirse superior, porque encuentra la fuerza en esto, y no en la ligereza del soplo del Espíritu de Dios”.
El pelagianismo, doctrina del súper fiel, perfecto, y custodio de una ética cristiana que supera al maestro y no necesita del Espíritu porque la salvación hay que ganarla uno mismo.
«Ese mismo espíritu alentador que llevó a Ana a luchar por la vida que llevaba en su vientre, negándose a un aborto, presionada por la familia del adolescente padre de su hijo, que decía ‘se tiró el futuro’, y que le daría luego la espalda».
«Ese fiel perfecto tendrá las llaves para solucionar cada problema de la parroquia en la restauración de las ‘sanas conductas’».
«Este súper fiel tendrá que ser un custodio del cristianismo mejorado y perfeccionado, incluso superando al maestro, Jesús, que tanto regocijo tiene en su hija, Ana».
«Sí, porque Jesús ama a esa su hija predilecta, porque mujer obrera, madre y donadora de vida; vida que se le va cada vez que debe alejarse de Pedrito para pasar 8 horas cosiendo y estirando en la fábrica de jeans, más horas extras, por un salario mínimo y encima debe aceptar la discriminación de su comunidad».
«Esa persona justa realizará ‘estructuras y reformas’ que no cambiarán nunca, impermeables al Espíritu para que el ‘ingenio y la creatividad’ no corrompan su obra personalista y personalizada, fiel seguidor de un tal Pelagio (354 d.c – 427)».
«Ese fiel perfecto realizará un nuevo mandamiento que superará los otros, inspirado en el mejor pelagianismo, así, será el fiel modelo de una Iglesia ‘que no se dejará llevar por el soplo potente y por esto, a veces, inquietante de Dios’”.
Ese fiel perfecto, confiará en el “razonamiento lógico y claro”, que le impide ver la ternura del abrazo fuerte y cálido de Ana al pequeño Pedrito cada vez que sale de madrugada de su casa a “buscar a Dios” en su trabajo y en el anhelo de “dar un mejor futuro a su niño”.
«Bien, hermanos y hermanas, nuestra parroquia está buscando el fiel perfecto«– la asamblea transpiraba al unísono una vergüenza colectiva por lo que acababan de escuchar.
El párroco, con tono solemne, dijo: “de no haber un candidato, declararemos desierto el lugar del fiel perfecto”.
Después, mientras bajaba del púlpito concluyó: “les espero a todos para la próxima misa, porque yo sé que anhelan en su corazón la humildad, el desinterés y tienen en fin, la añoranza de la misericordia de Dios”, y finalmente se despidió dando la bendición.
Fuente: Aleteia