La verdadera compasión con los que sufren es aliviarlos y acompañarlos en el buen morir
Muchos de quienes defienden la eutanasia y el suicidio asistido esgrimen como principal argumento la libertad y un supuesto derecho a morir. Pero antes de analizar sus argumentos, me parece fundamental aclarar algunos malentendidos frecuentes en los debates actuales sobre la eutanasia y el suicidio asistido.
Eutanasia no es retirar tratamientos fútiles que solo alargan la agonía de una persona que tiene derecho a morir en paz y a que no se alargue su vida obstinadamente. Muchos creen que oponerse a la obstinación terapéutica es estar a favor de la eutanasia y es un grave error.
Todos los que están en contra de la eutanasia también están en contra de prolongar el sufrimiento con tratamientos insustanciales de una persona en lugar de dejarla morir en paz. Cuando alguien tiene muerte cerebral, ya está muerto, por lo que desconectarlo no es eutanasia.
Eutanasia no es sedación paliativa
Cuando una persona en su fase terminal, cuando le quedan unas horas o días de vida por el avance de su enfermedad, la única forma de eliminar síntomas refractarios es con una sedación profunda y la persona muere sedada cuando sea su momento en forma natural, pero no es matar al paciente. Y la sedación no tiene doble efecto como suele decirse, no adelanta la muerte. Muchos que han visto sedar a sus familiares creen que han recibido la eutanasia y no es así.
Querer que alguien muera sin sufrimiento, en paz, sin dolor y sedado en sus últimas horas, no es estar a favor de la eutanasia.
Estar a favor de la eutanasia es defender que el médico pueda matar a su paciente con una inyección letal o que le proporcione la sustancia para administrárselo él mismo. Por esa razón está prohibida en la mayoría de los países del mundo y es condenada por todos los códigos de ética médica: porque es una forma de homicidio o de complicidad con el suicidio.
La verdadera compasión con los que sufren es aliviarlos y acompañarlos en el buen morir (sentido clásico del término eutanasia), no darles muerte porque lo soliciten o porque alguien considere que son “vidas que ya no valen la pena vivirse” (eutanasia en sentido actual).
Dar amor, cuidar y acompañar
He corroborado con el pasar de los días que cuando las personas comprenden de qué se trata, suelen cambiar de postura o al menos no están ya tan seguras de apoyar la eutanasia.
Más aún cuando comprenden que la alternativa sufrimiento o muerte no es real si hacemos todo lo que podemos hacer por los que más sufren, que no es solo aliviar dolor, sino dar amor y cuidar, acompañar y sostener en la debilidad.
La eutanasia comenzó a abrirse camino en Alemania y otros países de Europa en los primeros años del siglo XX, como parte de una política eugenésica y se argumentaba que era un acto de compasión frente al que sufre dolores insoportables. Pero esos casos de eutanasia “por piedad” (homicidio piadoso) son cada vez más excepcionales, porque la medicina paliativa ha conseguido liberar al enfermo terminal de sufrimientos agudos e insoportables, para garantizar una buena muerte en paz.
El supuesto “respeto” por la voluntad suicida del paciente como defensa de su libertad es en realidad un nuevo “derecho a matar” que se otorga al personal médico, algo que va contra los fundamentos de los Derechos Humanos. La eutanasia como acto de homicidio o de complicidad con el suicidio es un delito y un acto moralmente grave: colaborar con la muerte de un ser humano, quitándole la posibilidad de todos sus derechos: la vida.
¿Derecho a morir?
Si alguien desea suicidarse, generalmente hacemos todo para evitarlo, aunque no siempre se logra la prevención. Pero la legalización de la eutanasia y suicidio asistido exige a la ley y al personal médico que reconozcan el derecho a pedirlo y ayuden a llevarlo adelante.
Transforma el hacerle daño a un ser humano, matarlo, en un servicio de salud. La paradoja es que este servicio sería justamente contra la salud, contra la vida de la persona. Un cambio de este tipo no afecta solo a uno mismo, sino a otros. Implica cambiar la presunción de la ley, que está siempre a favor de defender la vida de las personas.
Además, se predica este “nuevo derecho” solo para los enfermos crónicos o terminales, pero no para todos los ciudadanos, con lo cual es una idea de libertad absoluta de la que solo gozarían quienes están fuertemente condicionados por el sufrimiento y la enfermedad, lo cual es paradójico o absurdo. Porque justamente son quienes tienen menos libertad para tomar una decisión de este tipo.
Generalmente quieren acabar con su sufrimiento, pero no con su vida. En su vulnerabilidad pueden tomar esa decisión solo porque alguien se la ofrezca.
Si el suicidio fuera un derecho a proteger por el Estado y donde los servicios de salud deberían colaborar, tendría que extenderse a todos los ciudadanos, con lo cual, en lugar de prevenirlo, tanto psiquiatras como psicólogos, deberían invitar a los pacientes a usar de este nuevo servicio a toda la población sin intervenir por respeto a su “autonomía”.
Y también a los sanos, porque si es un derecho tiene que ser de todos. Es un planteo que llevado hasta sus últimas consecuencias se muestra como absurdo. Sin embargo, se ha demostrado que en los países donde se ha legalizado, los motivos para pedir eutanasia aumentan en personas sanas que solamente argumentan tener vidas que no desean vivir.
¿Hay vidas que no son dignas?
Se van creando nuevas sociedades eugenésicas donde ya no hay lugar para los discapacitados o ancianos con demencia, porque ellos mismos son convencidos de que sus vidas ya no valen, o como dicen “no son dignas”. Y efectivamente las solicitudes aumentan en la medida que ven que se normaliza.
Por otra parte, el derecho a la vida es irrenunciable, como lo son todos los derechos humanos, porque se fundan en la condición humana, que objetivamente es la misma e igual para todos: iguales en dignidad. El valor de una vida, de la dignidad humana, no depende de la propia valoración o de la de los otros. Aunque renuncie en los hechos a sus derechos humanos, sigue siendo humano y nadie debe atropellar sus derechos.
Si fuera un derecho suicidarse, no sería delito que alguien te ayude a suicidarte. Porque se supone que no está mal que alguien te ayude a ejercer tus derechos. ¿Pero por qué el suicidio asistido está condenado por la ética médica y los derechos humanos? Porque no es un derecho, aunque exista la posibilidad de hacerlo. Se confunde querer algo y poder hacerlo con que tenga que ser un derecho en sentido jurídico. Si fuera un derecho otros tendrían el deber de “apoyarme”, es decir, de matarme.
Más que derecho a morir, es un derecho a matar
El verdadero rostro de la eutanasia es que detrás de la persuasión del ejercicio de la autodeterminación personal. Lo que realmente sucede es que habrá personas sin protección jurídica sobre su propia vida. Se le puede matar.
En los países donde comenzaron legalizando el suicidio asistido con consentimiento de la persona. La mayoría de las veces condicionada por el ambiente en esa dirección, han llegado a eliminar personas sin su consentimiento. En determinados casos el deterioro cognitivo lo decide la familia o el médico. Por eso ya hay ancianos que huyen de sus países de origen para terminar sus días en países donde no es legal la eutanasia.
Fuente: Aleteia