La opacidad de los candidatos a la Presidencia de la República, respecto a temas como al derecho a la vida, la dignidad de la persona y el fortalecimiento de la familia, ha propiciado entre algunos grupos de católicos, el surgimiento de una corriente de opinión, que considera qué ante la ausencia de perfiles políticos afines a estos aspectos, es preferible no votar.
Aun cuando estos comentarios pueden parecer insignificantes, es necesario dejar en claro que justamente esas actitudes son las que debemos erradicar de nuestra cultura y pensamiento.
En la actualidad la transformación social que anhelamos dependerá en primera instancia del grado de involucramiento que demostremos frente al próximo proceso electoral.
Nuestra participación no debe limitarse al solo hecho de votar, además debemos involucrarnos, investigar, hacer todo lo posible por conocer más de cada uno de los aspirantes a los diferentes cargos de elección, que se disputarán de manera concurrente, sus perfiles, trayectoria y planteamientos, en las diversas asignaturas que nos interesan.
Claro está que no será una tarea sencilla, pues además de una labor de indagación, demandara de esfuerzo e imaginación para interpelar a los candidatos y concientizarlos acerca de la trascendencia que estos temas tienen para un importante segmento de la población.
La sociedad, particularmente los jóvenes deben tomar conciencia de la importancia y peso político y consecuencias de sus decisiones.
Con 26.5 millones de ciudadanos entre 18 y 29 años de edad y frente a un eventual escenario de una elección sumamente cerrada y competida, este grupo poblacional podría ser quien defina el triunfo de partidos y coaliciones en las elecciones federales de este año.
Estas cifras indican que potencialmente estamos frente a un nuevo paradigma de participación, distinto al tradicional, en el que los jóvenes y particularmente los creyentes pueden marcar la diferencia.
El problema es que no a todos les interesa votar, o no consideran importante su participación.
Durante su visita pastoral a Chile, el Papa Francisco, compartió una clave esencial para enfrentar la vida, misma que hoy resulta totalmente aplicable para el momento histórico que vivimos en nuestro país, para ayudarnos a encender de nuevo el corazón, recuperar la fe y la chispa en los ojos, la confianza de para ser protagonistas de la historia, de la transformación de la cultura, de la sociedad.
Esta contraseña, es en realidad una pregunta: ¿Qué haría Cristo en mi lugar?. En la escuela, la oficina, en la calle, en casa, entre amigos, “al momento de decidir, de dar nuestro voto”.
Por ello cuando nos invada el pesimismo y pensemos que la política no es para nosotros, que nuestro sufragio no cuenta, que no hay nadie que represente nuestros ideales, que nada cambiara. Recordemos el consejo de su Santidad, preguntémonos ¿Qué haría Cristo en mi lugar?
Participemos, en la tarea para proteger la vida, la familia, por hacer posible el imperio de los valores, la democracia y el bien común todos somos necesarios e importantes, todos tenemos algo que aportar. Que todos seamos uno.