La historia oficial que aprendemos en la escuela nos habla de Hidalgo, Morelos y Guerrero como los grandes héroes de la independencia. Pero pocos saben que, detrás de la consumación del México libre, hubo un personaje decisivo: el obispo José Antonio Joaquín Pérez Martínez y Robles, quien firmó el Acta de Independencia y jugó un papel clave en la unión entre insurgentes y realistas.
Un personaje central que la historia olvidó
José Antonio Joaquín Pérez Martínez y Robles nació en Puebla, hijo de una familia criolla profundamente católica. Desde joven mostró una vocación religiosa y académica que lo llevó a doctorarse en teología en el prestigioso Colegio Carolino. Años después, su talento y prudencia lo convirtieron en una figura influyente dentro del clero poblano y, eventualmente, obispo de Puebla en 1814, en plena guerra de independencia.
Su papel político comenzó mucho antes: fue diputado en las Cortes de Cádiz, donde representó a la Nueva España y defendió los intereses del clero y de los territorios americanos. Aunque algunos lo han tachado de conservador, su pensamiento revela matices que reflejan una lucha constante por la autonomía y la fe frente a las tensiones del imperio español.
El aliado eclesiástico de Iturbide
El obispo Pérez fue un actor clave en los años finales de la independencia. Formó parte de la llamada conjuración de La Profesa, un grupo de líderes religiosos y militares que buscaban una independencia controlada, sin romper con los valores cristianos ni con el orden social.
Cuando Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero firmaron el Plan de Iguala bajo las tres garantías —Religión, Independencia y Unión—, el obispo Pérez apoyó decididamente este movimiento. Su prioridad fue siempre preservar la unidad y la fe católica como cimientos del nuevo país.
De hecho, su firma aparece dos veces en el Acta de Independencia: una como obispo y otra como diputado, testimonio de su doble papel espiritual y político.
Un conciliador entre insurgentes y realistas
Más que un hombre de extremos, el obispo Pérez fue un conciliador. Comprendió que México necesitaba unirse después de años de derramamiento de sangre. Desde su diócesis, promovió acuerdos y apoyó la transición pacífica hacia la independencia.
Sin embargo, esta postura lo colocó en una posición incómoda frente a las corrientes liberales posteriores, que lo acusaron de monárquico y conservador.
Esa ambigüedad —que en realidad reflejaba su intento por defender a la Iglesia y al pueblo— terminó costándole su lugar en la historia. Su figura fue borrada de los relatos oficiales, que prefirieron exaltar a los insurgentes derrotados antes que a los eclesiásticos que lograron la independencia.
El obispo del chile en nogada
Una de las anécdotas más populares lo relaciona con la creación del chile en nogada. Según la tradición, las monjas del convento de Santa Mónica prepararon este platillo para agasajar a Iturbide cuando llegó a Puebla, usando los colores del Ejército Trigarante: verde, blanco y rojo.
Aunque hay recetarios anteriores al siglo XIX que mencionan el platillo, fue en ese momento cuando se convirtió en símbolo nacional, ligado al triunfo de la independencia y al papel de la Iglesia en el nacimiento de México.
Una historia reescrita
Con el tiempo, la narrativa liberal del siglo XIX transformó la memoria nacional. El bajo clero insurgente fue glorificado, mientras que el alto clero, que también luchó por la independencia, fue condenado al olvido.
Así, personajes como el obispo Pérez desaparecieron de los libros de texto, víctimas de una reinterpretación histórica que buscó romper cualquier vínculo con el pasado virreinal y la Iglesia.
Hoy, gracias a investigaciones como las de la doctora María Cristina Gómez Álvarez (El alto clero poblano y la revolución de independencia, 1997), se ha comenzado a recuperar su legado. El obispo Pérez fue, sin duda, uno de los arquitectos políticos de la independencia, defensor del clero y mediador entre fuerzas opuestas en un momento crucial de nuestra historia.
Recordar a José Antonio Joaquín Pérez Martínez y Robles no es solo un acto de justicia histórica, sino un ejercicio de memoria nacional.
Detrás de los héroes populares hubo también intelectuales, obispos y creyentes que hicieron posible la libertad de México sin renunciar a su fe.
La independencia no fue solo una lucha de armas, sino también de ideas.
Y en esa batalla, el obispo Pérez merece recuperar su lugar.