Considero que el primer punto que debemos identificar es: la importancia de ser padres o madres, como los primeros y principales formadores de nuestros hijos.
No podemos delegar a terceros esta encomienda de Dios, de educar y formar a nuestros tesoros. Si bien podemos apoyarnos con los abuelos, los tíos, nanas, guarderías, el colegio, etc., nadie puede suplir el amor de un papá o de una mamá.
La escuela doméstica es el primer y principal ambiente en el que se obtienen las bases para construir la personalidad, donde se transmiten los valores fundamentales de la persona humana.
Por lo tanto, los primeros y principales educadores son los padres: papá y mamá, todos los apoyos que tengamos deben ir orientados a la educación y formación que papá y mamá hayan decidido. Los abuelos consienten… sí, pero educan bajo las directrices de lo que papá y mamá determinen.
Como segundo punto a resaltar para formar una personalidad sana en nuestros hijos es la de educar y formar su conciencia; esto lo podemos lograr desarrollando y perfeccionando las facultades superiores de la persona: inteligencia, voluntad y afectividad para alcanzar la madurez.
Este es un proceso multidireccional mediante el cual transmitimos conocimientos, valores, virtudes y costumbres; en una palabra, formas de actuar y decidir en libertad.
La educación no sólo se produce a través de lo que decimos, sino también de lo que hacemos, así a través de esta formación, las nuevas generaciones asimilan y aprenden los conocimientos, normas de conducta, modos de ser y formas de ver el mundo de generaciones anteriores, creando nuevas sociedades.
El famoso “educar con el ejemplo”.
En esta época de la información y comunicación tenemos a nuestro alcance libros, artículos, foros, grupos de redes sociales, talleres y escuela para padres, además de orientadores y asesores familiares. Por lo tanto, tenemos herramientas necesarias que nos pueden ayudar en nuestra misión de educar y formar a nuestros hijos.
No se trata de ser perfectos; saber reconocer cuando nos equivocamos y dialogar con ellos, es básico.
Sólo donde hay virtud arraigada, templada, equilibrada, hay madurez.
No tengamos miedo a imponer límites, no demos a cuentagotas el amor a nuestros hijos, reconozcamos nuestras propias debilidades. Eduquemos con amor, “suave en la forma, pero firme en el fondo” En un mundo donde seguimos “las modas”, pongamos de “moda” las virtudes. En el libro Educación de las Virtudes Humanas, David Isaacs hace una clara descripción de cómo formar en las virtudes de acuerdo a las edades de los hijos.
Los niños que manifiestan comportamientos difíciles son fácilmente reconocibles desde que nacen. De bebés, son de los que se despiertan muchas veces durante las noches entre llantos. Educar en el orden, genera buena autoestima, da seguridad, amor y satisfacción de sus necesidades primarias.
Recuadro
“Hay que orientar y conducir a los jóvenes a plantearse seriamente el porqué de sus propias vidas, para que lleguen a actuar coherentemente con unos valores”.
Vicky Mijares