La esperanza de transformación y de desarrollo social que hoy impregna los aires de nuestra nación, no puede ser vista como una responsabilidad exclusiva de las estructuras de gobierno;
Somos los ciudadanos y las organizaciones civiles quienes más activamente debemos participar en este proceso de cambio, que, como una de sus primeros fundamentos, tiene la búsqueda del bien común, a partir de la defensa a ultranza de los derechos civiles y políticos de la persona, así como de la toma de conciencia en cuanto a los deberes que le establece la ley.
En este sentido, como sujetos de derecho, es necesario que los ciudadanos nos demos a la urgente tarea de conformar una sociedad civil sólida y responsable, mediante el desarrollo de tres capacidades: conocimiento de la realidad, responsabilidad social, y sentido de compromiso y justicia social, a fin de convertirnos en un contrapeso –y al mismo tiempo en ayuda para la administración pública– que dé un real equilibrio al desarrollo de todos, ¡de todos sin excepción!; y para tal efecto, la Doctrina Social de la Iglesia es un instrumento invaluable, que se ha venido creando con admirable sensibilidad sobre la base del mensaje de amor que encierra el Evangelio.
No es lo mismo emprender caminos de transformación a partir de un programa de acción político, lleno quizá de muy buenas intenciones, que compartir y abrazar el dolor, que ver de cerca la preocupación y los valores más profundos de nuestro pueblo, que posee una identidad, una historia y un futuro que requiere de una sociedad civil que vele audazmente por la dignidad de todas las personas, que conozca de principios como el destino legítimo de los bienes en tanto creación de Dios, que sepa de solidaridad, de hermandad, de caridad, de valores y de la existencia de una ley moral.