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¿Puede el aborto resolver la violencia contra la mujer?

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En días recientes, diversos medios de comunicación —como Milenio— han dado a conocer los planes de la Secretaría de las Mujeres de México para avanzar en la despenalización del aborto en todo el país. En su propuesta, se afirma que esta es una “ruta crítica” y se cuestiona que los legisladores locales voten “desde sus creencias”, como si estas no tuvieran un lugar legítimo en una democracia plural. Sin embargo, es justamente aquí donde comienza una discusión urgente: ¿de verdad el aborto puede considerarse un derecho humano? ¿Es la violencia del aborto una solución legítima ante la violencia que muchas mujeres sufren? ¿Y es justo pedirle a una parte de la ciudadanía que renuncie a su conciencia para legislar?

Las creencias también son un derecho humano

Una de las afirmaciones más inquietantes que se han hecho en este contexto es que los legisladores no deben votar “desde sus creencias”. Esta afirmación parte de un malentendido: en una democracia, no solo es legítimo que cada persona tenga convicciones profundas, sino que estas también están protegidas como parte de los derechos humanos. La libertad de conciencia, la libertad religiosa y la libertad de pensamiento son pilares fundamentales en cualquier sociedad plural y respetuosa.

Pretender que un servidor público legisle “sin creencias” equivale a pedirle que renuncie a su brújula moral. En la práctica, nadie legisla desde la nada; todos —incluso los más secularistas— tienen una visión del ser humano, del bien y del mal, de la dignidad y del sufrimiento. Las creencias, por tanto, no son el problema: el problema es la imposición, de cualquier lado. Y una democracia sana se construye desde el diálogo entre visiones distintas, no desde su exclusión.

La violencia contra la mujer no se combate con más violencia

El dolor y el sufrimiento que muchas mujeres enfrentan —en especial en contextos de abuso, violación, marginación o abandono— son realidades que deben ser reconocidas y atendidas con urgencia. Pero pensar que el aborto es una forma de “reparación” ante estas violencias es un camino peligroso. No se resuelve la violencia con más violencia. No se cura una herida eliminando otra vida.

El aborto es, en sí mismo, un acto que termina con la vida de un ser humano en gestación. Muchos lo consideran una forma de violencia silenciosa, que a menudo deja secuelas profundas también en la mujer. Lo verdaderamente justo y compasivo es ofrecer a las mujeres alternativas reales: acompañamiento, apoyo económico, redes familiares y sociales que les permitan seguir adelante sin tener que elegir entre su hijo y su futuro.

El aborto no es un derecho humano

En México, el aborto no es un derecho reconocido universalmente. Aunque la Suprema Corte ha emitido sentencias que impiden criminalizar a las mujeres que abortan en ciertos casos, esto no equivale a decir que el aborto es un derecho humano absoluto. En la mayoría de los estados, el aborto está despenalizado solo bajo ciertas condiciones: hasta las 12 semanas de gestación, o en casos de violación, peligro para la vida de la madre o malformaciones graves del feto.

Un derecho humano, por definición, es universal, inalienable e inviolable. No está sujeto a plazos ni condiciones. Si el aborto fuera realmente un derecho humano, no podría limitarse solo a las primeras semanas ni negarse en ciertos estados. El hecho de que aún existan restricciones y causales demuestra que el aborto sigue siendo un procedimiento médico regulado por la ley, no un derecho absoluto.

Lo que sí es urgente: justicia, educación y acompañamiento

En lugar de enfocar los esfuerzos institucionales en promover el aborto como “solución”, deberíamos concentrarnos en transformar las causas estructurales de la violencia contra la mujer: la impunidad, la falta de acceso a la justicia, la revictimización institucional, la carencia de educación afectiva y sexual, y la pobreza que deja a tantas mujeres sin opciones.

La Secretaría de las Mujeres ha señalado con razón que hay que reformar las fiscalías, revisar las alertas de género, capacitar a los jueces. Estas sí son rutas urgentes y necesarias. Pero convertir el aborto en bandera política no solo divide, sino que desvía la atención de los cambios de fondo que el país necesita.

Una propuesta de encuentro

No se trata de imponer visiones. Se trata de buscar caminos comunes. Quienes creemos en la dignidad de toda vida humana —incluida la del no nacido— no estamos contra las mujeres. Queremos que ninguna mujer se vea sola, abandonada o forzada a tomar decisiones desesperadas. Queremos políticas públicas que cuiden la vida de todos, sin exclusiones.

Es posible y necesario construir un México donde ser madre no sea una condena y donde nacer no dependa de la aprobación del Estado. Y eso comienza cuando entendemos que toda vida humana, toda conciencia y toda historia merecen ser acogidas con respeto, justicia y esperanza.

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