A medida que los prototipos de vacunas contra el coronavirus se acercan a las pruebas y la aprobación, algunos católicos debaten sobre las bases éticas que hay detrás de uno de estos proyectos.
El 27 de julio, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, anunció que la vacuna mRNA-1273, codiseñada por la compañía de biotecnología Moderna y el Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas (NIAID), ha ingresado a la fase 3 de los ensayos clínicos, donde se probará la seguridad de la vacuna y confirmará si puede prevenir eficazmente el COVID-19.
Este proyecto es uno de los que están siendo financiados por el gobierno de Trump como parte de la “Operación Warp Speed”, donde se ha proporcionado 1.95 mil millones de dólares a Pfizer para facilitar la entrega de 100 millones de dosis después de que se desarrolle una vacuna.
Si bien hay una demanda urgente, algunos defensores provida han planteado preguntas sobre el prototipo de Moderna y su desarrollo ético, específicamente, sobre la posibilidad que las pruebas se hayan realizado en celulas tomadas de un bebé abortado.
Con algunas vacunas comunes, como las que se usan para combatir la varicela y el sarampión, las paperas y la rubéola, las células de los bebés que fueron abortados hace décadas se utilizan para desarrollar enfermedades debilitadas que se inoculan en las personas.
Según los informes, este también es el caso con algunas vacunas en desarrollo para el coronavirus, como una trabajada por la Universidad de Oxford y Astrazeneca, que se basa en las líneas celulares HEK-239 de un bebé abortado en los Países Bajos en la década de 1970.
El director de relaciones institucionales en el Centro Católico Nacional de Bioética, doctor John Brehany, señaló que la vacuna de Moderna no se está produciendo a partir de células de abortos electivos.
Además, indicó que la vacuna Moderna funciona de manera diferente a la mayoría de las vacunas. Su método de inoculación “no se basa en el uso de células en la producción”.
La vacuna Moderna se basa en una proteína espiga del SARS-CoV-2 para inducir la producción de anticuerpos en el receptor, en lugar de una versión debilitada de la enfermedad.
En un documento de 2005, la Academia Pontificia para la Vida señaló que los problemas morales que rodean a las vacunas creadas en células provenientes de fetos abortados pueden ejercer una carga moral en los católicos que las usen.
“En general, los médicos o padres que recurren al uso de estas vacunas para sus hijos, a pesar de conocer su origen (aborto voluntario), llevan a cabo una forma de cooperación material mediata muy remota”, agregó.
La academia pontificia también señaló que los católicos tienen la obligación de usar vacunas de origen ético cuando estén disponibles, y tienen la obligación de hablar y solicitar el desarrollo de nuevas formas de desarrollo que no se deriven de fetos abortados.
El documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) de 2008, Dignitatis personae, criticó enérgicamente la investigación del tejido fetal abortado. El CDF dijo que los investigadores deberían “rechazar” el material incluso cuando no tengan “una conexión estrecha” con “las acciones de quienes realizaron la fertilización artificial o el aborto”.
Con respecto a las vacunas comunes, como las de la varicela y el sarampión, las paperas y la rubéola, que podrían derivarse de células de bebés abortados, el Vaticano ha indicado que los padres podrían usarlas por “razones graves” como el peligro a la salud de sus hijos.
Otra cuestión ética en el corazón de la producción de la vacuna contra el coronavirus es la velocidad a la que se lleva a cabo.
Brehany indicó a CNA – agencia en inglés del grupo ACI – que es necesario desarrollar y distribuir la vacuna con el consentimiento informado de todos los receptores sobre los posibles riesgos, sin realizar pruebas en poblaciones vulnerables, especialmente los pobres.
El 17 de abril, los principales obispos de los Estados Unidos escribieron al comisionado de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), Stephen Hahn, para solicitar que se desarrolle éticamente una vacuna contra el COVID-19.
“Es críticamente importante que los estadounidenses tengan acceso a una vacuna producida éticamente: ningún estadounidense debería verse obligado a elegir entre ser vacunado contra este virus potencialmente mortal e ir en contra de su conciencia”, escribieron los obispos.
Finalmente, Brehany señaló que el desarrollo de vacunas derivadas de células de bebés abortados es “un tema bioético muy importante” que los cristianos y los provida “deberían tomar en serio”.
“Este es el momento de abogar por alternativas”, agregó.
Fuente: ACI prensa