El padre Alfredo Chávez ha compaginado su vocación sacerdotal con su profesión como médico.
Tres días a la semana, al iniciar su turno nocturno en el área de medicina crítica del Hospital del Niño Poblano, de alta especialidad pediátrica, el doctor Alfredo Chávez recibe, como todos sus colegas, una bitácora con la información de los pacientes a quienes cuidará durante la noche.
Sin embargo, desde hace pocos meses, el área de trabajo social le entrega otra lista con información muy distinta, que incluye a los pacientes que deberá bautizar y de sus familiares que desean ser confesados o recibir dirección espiritual, durante esos tiempos de silencio y espera que le regala la noche.
El doctor Alfredo es también el sacerdote Alfredo, vicario de la Parroquia del Sagrado Corazón de María, mejor conocida como El Cielo, en la ciudad de Puebla, capital del estado del mismo nombre.
Dos vocaciones
El doctor dedica toda su atención y empeño en el cuidado de sus pacientes durante las 12 horas que dura su jornada como terapeuta respiratorio en el área de medicina crítica del hospital.
“Programar mal un ventilador, enviar un mal diagnóstico o poner un peso inadecuado a la máquina que va a hacer el soporte ventilatorio para un paciente puede implicar un derrame pulmonar o incluso que le reviente el pulmón”, reconoce el sacerdote.
Pero ser al mismo tiempo sacerdote le da la oportunidad de velar por el alma de los niños internados, muchos de ellos en estado crítico, y también de atender espiritualmente a sus padres, que viven horas de angustia y desolación. Ambas vocaciones, asegura, se complementan a la perfección.
Vocación tardía
La primera vez que el padre Alfredo sintió el llamado del Señor para dedicar su vida al sacerdocio, tenía apenas 7 años de edad. Su madre pensó que eran ideas de chiquillo y no lo alentó a seguir su vocación. Al terminar la preparatoria, nuevamente intentó ingresar al seminario, y su madre le exigió, primero, terminar una carrera.
Alfredo, entonces, combinó sus estudios de ingeniería con la carrera de enfermería, que después completó para convertirse en médico con especialidades en pediatría y terapia respiratoria.
“La vocación más parecida al sacerdocio, para mí era ser médico, por eso la elegí”, recuerda el presbítero.
Pocos meses antes de morir, su mamá confesó el remordimiento que tenía por haber sido una carga para él, pues, en lugar de casarse y formar una familia, se dedicó a cuidarla.
“Yo le dije que no se preocupara por eso, que yo quería ser sacerdote. Ella se sorprendió mucho, porque pensó que ya no tenía esa inquietud. Dos semanas después de que mi mamá falleciera, yo ya estaba buscando seminarios”, recuerda.
Un médico con sotana
Después de una intensa búsqueda fue aceptado en el Seminario Palafoxiano. Intentó renunciar al hospital, pero su jefe sólo le concedió una licencia de seis meses, previendo la posibilidad de que la aventura sacerdotal no prosperara.
En efecto, seis meses después y por diversas razones, ya estaba de regreso en su puesto. Fue entonces cuando el rector del seminario, Felipe Pozos –actualmente Obispo Auxiliar-, le propuso continuar su formación sacerdotal como seminarista externo, lo que conllevaba el permiso para continuar trabajando en el Hospital.
En poco tiempo, volvió a vivir al Seminario donde compaginó los estudios con su trabajo.
“Yo salía del hospital a las ocho de la mañana y a las ocho y media tenía que estar en el salón, muchos maestros, si llegaba tarde, me cerraban la puerta, no me daba tiempo ni para desayunar”, recuerda.
Pese a que fueron años de mucho cansancio por la complejidad de combinar ambas facetas, el padre Alfredo asegura fue inmensamente feliz.
Tiene muchas anécdotas, como las bromas pesadas de sus compañeros, a quienes doblaba la edad, o los años en que asistió a su obispo los fines de semana, pero recuerda una en particular.
“Yo nunca le dije a nadie que era doctor. Un día, en el desayuno, escuché a dos seminaristas platicar que otro compañero estaba enfermo en su cuarto y no quería comer nada”.
Los alumnos de nuevo ingreso tenían prohibido pasar a los dormitorios de filosofía y teología, pero él intuyó que algo andaba mal y decidió desobedecer las reglas e ir a su habitación.
Encontró a su compañero acostado con un dolor de estómago muy fuerte. Revisó los síntomas y le diagnosticó una apendicitis aguda, por lo que decidió llevarlo al hospital, sin permiso de sus superiores.
“Dios me iluminó para que actuara rápido y el alumno recobrara su salud, pues estaba en peligro de muerte”.
“Cuando el rector me preguntó cómo pasaron las cosas y por qué habíamos salido sin permiso, le expliqué lo sucedido y también le dije que antes de que me corriera por desobedecer mejor yo ya me iba. En lugar de expulsarme me dio las llaves de la enfermería del seminario”.
“Quiero que sigas en el hospital”
12 años después de su ingreso al seminario, fue ordenado sacerdote el 7 de febrero de 2020, tenía 55 años de edad.
Estaba decidido a renunciar al trabajo en el hospital para dedicarse en cuerpo y alma a su ministerio, pero el Arzobispo de Puebla, monseñor Víctor Sánchez Espinosa, tenía otros planes para él: “Alfredo –le dijo- quiero que sigas trabajando en el hospital”.
Así podría -le explicó el obispo-, además de realizar tu labor como médico, atender espiritualmente a los pacientes.
“Si Dios me ha permitido combinar ambas facetas es porque Él sabe que lo puedo hacer, y acuérdate que Dios no nos da nada que no podamos soportar y cuando nos da algo, lo da a manos llenas”.
Quédate en casa
En el Hospital del Niño Poblano no se atienden casos de enfermos de COVID-19, es de tercer nivel y con atención en especialidades como oncología, cardiología e insuficiencia renal.
“Si se presentara un caso de coronavirus, los niños podrían morir, no por la enfermedad preexistente, sino por contagio nosocomial o contagio cruzado”.
Por ello, explica el padre Alfredo, todo el personal sanitario ha extremado precauciones. Lo más importante, explica, es la prevención, por ello insiste en el llamado que han hecho las autoridades desde que comenzó la propagación del virus en México: Quédate en casa.
Fuente: Desde De Fe