El llamado del Papa durante el Ángelus recitado desde la ciudad colombiana de Cartagena. El papa pidió encontrar «una solución a la grave crisis que se está viviendo y afecta a todos, especialmente a los más pobres y desfavorecidos de la sociedad»
Es una frase significativa y de alguna manera muy esperada la que el Papa Francisco pronunció al final del Ángelus recitado frente a la Iglesia de San Pedro Claver en Cartagena. Una frase sobre la trágica situación de Venezuela y que ahora pronunció, a tres días del encuentro entre el Pontífice y algunos obispos venezolanos, después de la misa en el parque Bolívar de Bogotá.
Esa foto en la que se ve a Francisco entre los dos cardenales venezolanos sirvió para dejar claro que el Papa y los obispos del país, muy críticos ante el presidente Nicolás Maduro, están unidos y que el obispo de Roma está cerca de los sufrimientos de los venezolanos.
«Desde este lugar –dijo el Papa–, quiero asegurar mi oración por cada uno de los países de Latinoamérica, y de manera especial por la vecina Venezuela. Expreso mi cercanía a cada uno de los hijos e hijas de esa amada nación, como también a los que han encontrado en esta tierra colombiana un lugar de acogida. Desde esta ciudad, sede de los derechos humanos, hago un llamamiento para que se rechace todo tipo de violencia en la vida política y se encuentre una solución a la grave crisis que se está viviendo y afecta a todos, especialmente a los más pobres y desfavorecidos de la sociedad».
El Papa llegó por la mañana a Cartagena de Indias, la antigua y colorida ciudad colonial colombiana que se encuentra a orillas del Caribe, fortificada por los españoles para defenderla de los piratas. Después de haber bendecido la primera piedra de una casa de acogida para personas que viven en la calle fue a visitar a Lorenza Pérez, anciana mujer que desde hace más de medio siglo trabaja como voluntaria en un comedor para pobres. «Estos encuentros –explicó el Papa– me han hecho mucho bien porque allí se puede comprobar cómo el amor de Dios se hace concreto, se hace cotidiano».
El Papa posteriormente se dirigió a la Iglesia monasterio San Piestro Claver. Allí lo estaban esperando alrededor de 300 exponentes de la comunidad afroamericana de la que se ocupan los jesuitas. EL Papa se detuvo en oración silenciosa frente a las reliquias de San Pedro Claver, que aquí vivió los últimos años de su vida.
Durante el Ángelus, Francisco presentó dos ejemplos. El de la Virgen de Chiquinquirá, una imagen que durante mucho tiempo quedó abandonada, perdió el color y estaba rota. «Era tratada como un trozo de saco viejo, usándola sin ningún respeto hasta que acabaron desechándola. Fue entonces cuando una mujer sencilla, la primera devota de la Virgen de Chiquinquirá, que según la tradición se llamaba María Ramos, vio en esa tela algo diferente. Tuvo el valor y la fe de colocar esa imagen borrosa y rajada en un lugar destacado, devolviéndole su dignidad perdida. Supo encontrar y honrar a María, que sostenía a su Hijo en sus brazos, precisamente en lo que para los demás era despreciable e inútil».
«De ese modo –añadió Bergoglio–, se hizo paradigma de todos aquellos que, de diversas maneras, buscan recuperar la dignidad del hermano caído por el dolor de las heridas de la vida, de aquellos que no se conforman y trabajan por construirles una habitación digna, por atender sus necesidades perentorias y, sobre todo, rezan con perseverancia para que puedan recuperar el esplendor de hijos de Dios que les ha sido arrebatado».
El Papa Francisco recordó que «el Señor nos enseña a través del ejemplo de los humildes y de los que no cuentan. Si a María Ramos, una mujer sencilla, le concedió la gracia de acoger la imagen de la Virgen en la pobreza de esa tela rota, a Isabel, una mujer indígena, y a su hijo Miguel, les dio la capacidad de ser los primeros en ver trasformada y renovada esa tela de la Virgen».
Francisco después se refirió a la figura de san Pedro Claver, «el “esclavo de los negros para siempre”, como se hizo llamar desde el día de su profesión solemne», que esperaba las naves que llegaban desde África al principal mercado de esclavos en el mundo. Muchas veces los recibía solamente con gestos evangelizadores, por la imposibilidad de comunicarse, por la diversidad de los idiomas. Sin embargo, Pedro Claver sabía que el lenguaje de la caridad y de la misericordia era comprendido por todos. De hecho, la caridad ayuda a comprender la verdad y la verdad reclama gestos de caridad. Cuando sentía repugnancia hacia ellos, besaba sus llagas».
Francisco recordó que el santo, «austero y caritativo hasta el heroísmo, después de haber confortado la soledad de centenares de miles de personas, transcurrió los últimos cuatro años de su vida enfermo y en su celda, en un espantoso estado de abandono». San Pedro Claver ofreció testimonio «en modo formidable la responsabilidad y el interés que cada uno de nosotros debe tener por sus hermanos. Este santo fue, por lo demás, acusado injustamente de ser indiscreto por su celo y debió enfrentar duras críticas y una pertinaz oposición por parte de quienes temían que su ministerio socavase el lucrativo comercio de los esclavos».
El Papa concluyó diciendo que «todavía hoy, en Colombia y en el mundo, millones de personas son vendidas como esclavos, o bien mendigan un poco de humanidad, un momento de ternura, se hacen a la mar o emprenden el camino porque lo han perdido todo, empezando por su dignidad y por sus propios derechos. María de Chiquinquirá y Pedro Claver nos invitan a trabajar por la dignidad de todos nuestros hermanos, en especial por los pobres y descartados de la sociedad, por aquellos que son abandonados, por los emigrantes, por los que sufren la violencia y la trata».
Fuente: lastampa