Si le preguntáramos a una persona si quiere ser feliz, indudablemente nos respondería que sí, porque la felicidad es un anhelo profundo de nuestro corazón, y todo ser humano aspira a serlo. Pero si le preguntáramos qué significa para él o para ella la felicidad, con seguridad recibiríamos respuestas muy variadas.
Hay quien piensa que la felicidad está en el placer, especialmente el que tenemos a través de los sentidos; por ejemplo, gozamos comiendo, bebiendo, escuchando música, contemplando un bello paisaje, viendo una película u oliendo la fragancia de las flores. Hay también quienes hablan de placeres intelectuales, como gozar con una lectura, ejercitar el pensamiento, echar a volar nuestra imaginación o poner en práctica nuestra creatividad.
Sin embargo, el placer es siempre pasajero; en él no puede estar la felicidad, simplemente se trata de momentos agradables, de los que podemos tener muchos en la vida.
Se piensa que el dinero nos hace felices, ya que nos permite adquirir algunos de los bienes que deseamos. Cumplir nuestros deseos o nuestros caprichos ciertamente nos reporta alguna alegría.
El que está alegre parece ser feliz. Cuando alcanzamos una meta deseada, encontramos también gran satisfacción. Nos sentimos felices, autor realizados.
Lo contrario de la felicidad y la alegría es la tristeza, el sentirnos frustrados, fracasados, impotentes para conseguir lo que buscamos. Entonces somos infelices.
Analizando lo que llevamos dicho, podríamos concluir, en primer lugar, que la felicidad es un estado de ánimo, una emoción interior que tenemos al experimentar una sensación de bienestar, de satisfacción, de plenitud, que nos produce paz interior, serenidad.
Este estado de ánimo supone que no se tiene ningún sufrimiento.
Se dice que las personas felices siempre están de “buen humor”. ¿Pero qué significa esto? El “buen humor” es una actitud interior en la que se tienen pensamientos positivos. Lo contrario es pensar que en ese momento todo nos sale mal, que alguien nos está haciendo daño. Estamos enojados.
Nos enojamos cuando tenemos una contrariedad, cuando sucede algo contra lo que nosotros esperamos o deseamos. Pero enojarse no sirve de nada, no cambia las cosas y sólo nos hace perder la tranquilidad.
“Por cada minuto que estás enojado, pierdes 60 segundos de felicidad” (Autor desconocido).
Por tanto: ¿qué cosas son las que pueden hacer feliz al ser humano? ¿El dinero, la riqueza, el poder, la fama, la gloria, la salud, el bienestar, los distintos placeres, el verse libre de preocupaciones? Sí, en parte. Pero la felicidad es siempre una ilusión, un proyecto incompleto, inacabado, que está siempre en proceso.
Hay dos condiciones para buscar la felicidad: conocerse a sí mismo, por un lado, y tener un proyecto de vida, por otro. Ahí se esconde la felicidad.
Ser feliz consiste entonces en aquella forma de vida que nos permite desarrollar nuestra personalidad de tal manera que nos sintamos a gusto, satisfechos, tranquilos, en paz interior. Esta es la puerta de entrada para la felicidad.
Una persona desequilibrada, desajustada, neurótica, inmadura, será muy difícil que se sienta feliz, porque no se ha encontrado consigo misma, no ha hallado la clave que le armonice por dentro y le forme una conducta adecuada y positiva por fuera.
Una persona centrada, equilibrada, madura, tiene un proyecto de vida, lo que desea llegar a ser. Sabe en qué se va a ocupar, en qué quiere trabajar como una forma de poner en juego sus aptitudes y, sobre todo, cuenta con alguien a quién amar.
Es feliz quien vive de ilusiones y sueños, con esperanza, con ideales que conseguir algo.
Santa Teresa nos da un sabio consejo para ser felices:
“Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: Sólo Dios basta”.
Y san Agustín expresa cómo el anhelo profundo de ser felices sólo tendrá su plena respuesta en la vida eterna que Cristo nos ha prometido: “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti” (Conf. 1,1,1).
La verdadera clave de la felicidad es el amor. No hay felicidad sin amor. Por amor tiene sentido la vida. Nada hay tan grande como el amor. El amor es la fuerza que nos impulsa a seguir buscando nuevos caminos por recorrer.
Pero existe una gran variedad de estilos y de formas de amar. Desde el amor a la patria, pasando por el amor a la justicia, al orden, a las antigüedades, hasta llegar al amor entre un hombre y una mujer o el amor a Dios.
El matrimonio entre un hombre y una mujer es para ellos el camino a la felicidad. Se casan para hacerse felices mutuamente.
Para los que somos creyentes en Cristo, en el Sermón de las Bienaventuranzas Él nos enseña las condiciones para ser felices: felices los pobres de espíritu… los mansos de corazón (los humildes, los que no son groseros ni soberbios)… los que lloran… los que tienen hambre y sed de justicia… los misericordiosos… los limpios de corazón… los que buscan la paz… los perseguidos por causa de la justicia… cuando los injurien, los persigan y digan con mentira toda clase de mal contra ustedes por mi causa, alégrense y regocíjense porque su recompensa será grande en los cielos.