Las próximas elecciones nos plantean a todos los mexicanos serias responsabilidades políticas y morales. De las urnas han de salir: el presidente, los gobernadores, alcaldes, legisladores y los equipos de gobierno que convertirán las normas de la Constitución en leyes y medidas concretas.
Su labor pondrá en juego muchas veces principios ideológicos que sobrepasan lo estrictamente político y que conformarán la vida colectiva en materias de suma importancia. En cuanto a las elecciones municipales, de ellas dependerá la aplicación más directa de tales ideologías, así como el buen orden y el progreso material de muchos pueblos y ciudades del país.
Como Iglesia hemos procurado siempre iluminar la conciencia de nuestro pueblo, respetando su libertad de voto y manteniendo a la Iglesia independiente de toda opción de partido. Sólo con ofrecer el mensaje del Evangelio creemos prestar un servicio a la dignificación del hombre y a la construcción moral de la sociedad.
Pero quisiera evitar también que se malentienda la independencia de la Iglesia, la cual no puede ser indiferente ante el destino de nuestro pueblo; no se siente neutral ante las posibles amenazas contra los valores éticos o los derechos humanos; no reduce el mensaje cristiano a la vida privada, sino que proclama el Evangelio como fermento inspirador de la sociedad y de sus estructuras.
En función de este deber, queremos recordar brevemente algunos criterios básicos para formar la conciencia de los votantes, especialmente de aquellos que quieren actuar como católicos responsables, así como señalar el grave deber que todos tenemos de acudir a las urnas el próximo domingo.
Al respecto, nos recordaba el Concilio Vaticano II: “Los fieles aprendan a distinguir con cuidado los derechos y deberes que les conciernen por su pertenencia a la Iglesia y los que les competen en cuanto miembros de la sociedad humana. Esfuércense en conciliarlos entre sí, teniendo presente que en cualquier asunto temporal deben guiarse por la conciencia cristiana… En nuestro tiempo es sumamente necesario que esta distinción y simultánea armonía resalte con suma claridad en la actuación de los fieles…” (LG n. 36; cf. LG n. 34).
Por todo ello, y frente a las inminentes elecciones les invito a todos a:
- Ciertamente, el voto es siempre un derecho, pero en las presentes circunstancias, considero indiscutible el “deber de votar”. Sólo razones graves y bien fundamentadas podrían excusar de esta obligación.
- Para que el voto sea honesto y responsable ha de tener muy en cuenta el programa de partido al que apoya, la ideología que lo sustenta y las personas que lo encarnan.
- El voto supone un juicio valorativo de esos factores y de las circunstancias que concurren. Es una decisión regulada por la virtud de la prudencia, ya que no siempre es posible coincidir en todos los puntos programáticos con el partido que se vota. Pero cuando en el programa figuran compromisos ideológicos u operativos que afectan a valores religiosos o a derechos humanos fundamentales, el creyente que acude a las urnas está obligado en conciencia a obrar coherentemente con su fe.
- Este deber es manifiesto si el voto lleva consigo la adhesión a ideologías y modelos totalitarios de sociedad o a la violencia como método político.
- De cara a estas elecciones, nos debe preocupar particularmente el propósito de legislar contra principios fundamentales de la persona como son la Vida y la Familia, que figuran en algunos programas. He aquí un caso típico de colisión entre política y conciencia cristiana, no provocada ciertamente por esta última. Tal puede ocurrir también con una ordenación educativa que coartará el derecho de los padres a elegir el tipo de educación que debe darse a sus hijos.
- Debe valorarse rigurosamente en los programas de los partidos su sinceridad, energía y competencia para afrontar las grandes lacras sociales de nuestro país: la inseguridad, la corrupción y la impunidad, la pobreza extrema y las grandes desigualdades sociales, el trabajo informal y los salarios precarios, la emigración, la moralidad pública, etc.… Como cristianos, nosotros no podemos evadirnos de la opción de la Iglesia por la causa de la justicia en el mundo.
- Por último, recordemos que la responsabilidad del ciudadano no se agota en las urnas. Le sigue obligando a ejercer el sentido crítico durante la actuación de sus representantes, los cuales han de ser fieles a su programa electoral. Ni la disciplina de partido ni otros condicionamientos políticos pueden legitimar su apoyo –hablamos de católicos– a leyes o actuaciones contrarias a la moral cristiana o a la doctrina social de la Iglesia, que es parte de esa moral.
Pido a Dios que hoy y siempre siga creciendo en nuestra patria la concordia entre personas, pueblos y grupos políticos; y deseamos una acción legislativa y de gobierno que asegure la paz ciudadana, elimine las injusticias sociales y promueva los más altos valores del hombre y de la sociedad.