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La Nueva Suprema Corte consagrada o la Cristianofobia declarada

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Este 1º de septiembre la llamada nueva Suprema Corte de Justicia de la Nación tomó protesta en medio de una ceremonia religiosa cargada de un enorme sincretismo: espiritismo, ritos prehispánicos, prácticas indígenas, panteísmo, entre otras expresiones. Resulta curioso cómo el partido oficialista —y muchos otros— se llenan la boca con discursos sobre mantener la religión fuera de la política, no para construir un Estado laico, sino uno abiertamente secular y anticristiano.

Es casi un manual: en cada debate sobre aborto, diputadas abortistas exigen dejar fuera toda creencia religiosa de la ley y del gobierno, como si la fe fuese un estorbo. El problema es que en México ese supuesto “Estado laico” nunca ha sido parejo. Todo depende de quién detente el poder.

Desde que el masón de grado 33 Benito Juárez —disfrazado de héroe— impuso la separación Iglesia-Estado, lo que se consagró no fue la libertad, sino una de las primeras declaraciones oficiales de cristianofobia, al instaurar un Estado secular.

En el siglo XX el golpe fue todavía más brutal: la Guerra Cristera. Bajo la Constitución de Venustiano Carranza —vigente hasta hoy—, se invisibilizó por completo la herencia cristiana de México. Se pretendió borrar el hecho de que la Independencia en 1821, con Agustín de Iturbide, nació bajo un sentido profundamente cristiano. Y luego, con Plutarco Elías Calles, el jacobinismo desembocó en la persecución y martirio de miles de creyentes.

Ese recorrido histórico no es casualidad: es el preludio de lo que hoy vimos en la Corte. Mientras indígenas en Chiapas huyen del crimen organizado o en Yucatán son desplazados por mafias inmobiliarias, el oficialismo presume su “benevolencia” hacia los pueblos originarios colocando a Hugo Aguilar, nuevo presidente de la SCJN, como figura de culto. Se llegó al extremo de poner un PNG del bastón de mando en el logo de la Corte y realizar una ceremonia de consagración inquietante.

Con total cinismo, estas personas consagran las instituciones a las antiguas deidades mexicas. Deidades que el relato oficial idealiza como civilizadas y pacíficas, pero que en realidad eran sanguinarias, caníbales y homicidas. El problema no es solo la falsificación histórica, sino el descaro con el que esos mismos políticos censuran la objeción de conciencia y desprecian a los pocos funcionarios que viven su fe públicamente.

Ahí están los casos:

  • Hugo Eric Flores, denunciado por convocar una marcha de paz con su iglesia evangélica.
  • La panista Lilly Téllez, atacada en el Senado por profesar su fe.
  • Clara Brugada y la Secretaría de Cultura, promoviendo con recursos públicos la obra cristianofóbica y blasfema de Fabián Cháirez.

Y la gota que debería haber derramado el vaso: proyectar mensajes abortistas en la fachada de la Catedral Metropolitana. Un ataque directo al corazón del catolicismo en México, no solo en lo espiritual, sino en lo cultural e histórico. Y los cristianos, en su mayoría, callaron.

México ha silenciado sistemáticamente a los católicos en nombre del “Estado laico”. Hoy no hay representación política real para millones de creyentes. Ni Xóchitl Gálvez visitando la Basílica, ni Sheinbaum usando la falda de la Virgen, ni Alejandra Rojo de la Vega presentándose como madrina de sacramentos cambian la realidad: la fe se ha reducido a un instrumento electoral.

La consagración de la Corte, similar a la de Claudia Sheinbaum en su toma de protesta, debería alarmarnos. Porque en teoría tenemos un Estado laico, pero en la práctica vemos santería y espiritismo incrustados en la política mexicana. Lo más grave es el silencio. ¿Nadie nota las consecuencias que esto puede traer a nuestra nación?

La pregunta es inevitable: ¿México atraviesa una batalla espiritual?

El “desagravio a Quetzalcóatl”, las ofrendas a dioses antiguos y la consagración de ministros son señales claras de un rumbo preocupante. No existe un verdadero Estado laico. Lo que tenemos es un Estado secular, cristianofóbico y peligroso para el futuro del país.

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