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México

A 25 años de la muerte del Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo

DAMOS GRACIAS A DIOS POR LA PERSONA, FECUNDO MINISTERIO Y PROFUNDO CELO APOSTÓLICO DEL SEÑOR CARDENAL JUAN JESÚS POSADAS OCAMPO.

“Quiera Dios que el luminoso ejemplo del Cardenal Posadas Ocampo sea estímulo y aliento para todos y, en especial, para cuantos continúan la obra de evangelización a la que el digno Purpurado dedicó toda su vida. Que el Señor, Príncipe de la Paz, inspire en los corazones sentimientos de concordia y armonía para que no se repitan actos de injustificable violencia, que ofenden la pacífica convivencia y la tradición cristiana del noble pueblo mexicano” (Mensaje del Santo Padre San Juan Pablo II con ocasión de las exequias del Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, 27 de mayo de 1993).

Para los creyentes, la justicia divina implica también la proclamación del valor de la vida, así como el reconocimiento de todo aquello que se nos ha legado –a la Iglesia y al Pueblo de Dios–, por cristianos virtuosos, gracias a su fidelidad con el Señor de la Historia.

Al conmemorar los veinticinco años de la muerte del Señor Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, queremos dar gracias por su persona, servicio y fidelidad, recordando algunos datos biográficos y situaciones particulares, que nos permiten apreciar, nuevamente, la grandeza de su vida y ministerio.

Nació en Salvatierra, Guanajuato, el 10 de noviembre de 1926. A muy temprana edad, a los 11 años, manifestó su deseo de ingresar al Seminario. Sin embargo, las circunstancias político-sociales del País lo impidieron, hasta que, algunos años después, ingresó al Seminario en Morelia, Michoacán. Durante su etapa de formación, se distinguió por su agudeza intelectual, su gran capacidad de relación y encuentro, así como al aprecio de las artes, en especial la música y la literatura.

Recibió la Ordenación Sacerdotal el 23 de septiembre de 1950. Comenzó el ejercicio de su ministerio presbiteral como Vicario Parroquial en Pátzcuaro. Posteriormente, se le pidió incorporarse como formador al Seminario de Morelia, donde impartió por muchos años, clases de latín, filosofía y teología. A finales de los años sesenta, además asumió el cargo de Vicerrector. Gracias a él, y a otros formadores, muchas generaciones de seminaristas de Morelia, y de otras casas de estudio, tuvieron un Plan de Estudios articulado y sólido. Como formador, se le recuerda como un sacerdote sencillo, disciplinado, generoso y cercano, que articulaba el magisterio, el apostolado y la constante convivencia con sus compañeros y seminaristas.

El 21 de marzo de 1970, el Papa Pablo VI lo nombró Obispo de Tijuana, responsabilidad que llevó con celo durante más de doce años. Esta primera etapa episcopal estuvo caracterizada por la entrega a la predicación y la preocupación por la evangelización, en aquella extensa y alejada área del territorio nacional.

En el XV Aniversario de la Diócesis de Tijuana, llamó a la realización de una Misión Diocesana, afirmando que: “El pueblo de esta diócesis la necesita como una gracia y oportunidad para su bien, su salvación y su felicidad”. Con gran cuidado canónico y pastoral integró las estructuras eclesiales (asambleas pastorales, consejo presbiteral y de pastoral, comisiones diocesanas, y zonas pastorales, entre otras), dándoles cauce y dirección a través de sólidos planes y cartas pastorales –de muy profunda y rica teología–, así como sus constantes visitas a todas las parroquias del territorio diocesano. Destaca, también el esfuerzo por configurar un seminario diocesano, al servicio de toda una región pastoral que sirvió a otras diócesis ubicadas en el noroeste de la República Mexicana.

El 28 de diciembre de 1982, el Papa Juan Pablo II lo llamó a ocupar la sede episcopal de Cuernavaca, donde permaneció poco más de cuatro años. La labor en esa Diócesis fue intensa y cuidadosa, pues le correspondió armonizar los aires de modernidad con la tradición propia de una Iglesia Universal que estaba precisamente buscando una renovación, a través del Concilio Vaticano II. Sus esfuerzos principales en esta Diócesis, se dirigieron a ámbitos específicos de formación del clero, seminario y atención a las comunidades parroquiales, purificando la piedad popular y dando claras directrices con relación a la evangelización de lo social.

El 20 de mayo de 1987 fue nombrado octavo Arzobispo de Guadalajara. Sin lugar a dudas, en este período de gran madurez del Señor Juan Jesús, recibió este encargo con gran decisión y generosidad. Entre otros logros alcanzados está la celebración de un Sínodo Diocesano, una nueva Comisión para la Formación Permanente del Clero, la construcción del Albergue Trinitario para Sacerdotes Enfermos o Jubilados, la remodelación del Altar Mayor de Catedral, la dignificación de las criptas en las que hoy descansan sus restos, la Casa Alberione, así como la creación pontificia del Patronato de Nuestra Señora de Zapopan. Por supuesto, no puede dejar de señalarse el empeño que tuvo para lograr la beatificación de los hoy, santos mártires mexicanos.

Fue su humildad, sabiduría y generosidad, la que, con el paso de los años, le permitió conducir una diócesis con una gran densidad poblacional, con el presbiterio diocesano más numeroso del país –proporcionalmente hablando–, y una presencia muy significativa de congregaciones religiosas y movimientos laicales.

En el seno de la Conferencia del Episcopado Mexicano fue Presidente de la Comisión Episcopal para las Migraciones y el Turismo (1973-1979), así como de la Doctrina de la Fe (1979-1982). También asumió el cargo de Vicepresidente de la misma Conferencia, así como del Consejo Episcopal Latinoamericano. En el primero, resalta su decidido y prudente empeño por impulsar un nuevo marco jurídico de las iglesias en México, así como el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre el Estado y la Iglesia.

Fue creado cardenal el 28 de junio de 1991, por su Santidad el Papa San Juan Pablo II.

Todos estos hechos nos permiten ver que la vida de un verdadero cristiano, es siempre “un signo de contradicción”, pues todos los dones que hemos recibido, estamos llamados a ponerlos al servicio, como una ofrenda, para el bien de nuestros hermanos y de esta historia concreta, aunque a nosotros nos corresponda tener siempre nuestra mirada en la Gloria Eterna.

Al Señor Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo se le arrebató la vida hace veinticinco años, sin embargo él la había dado, con toda generosidad desde muy temprana edad. Su servicio apostólico y celo pastoral en y por la evangelización dejó ver siempre su afán por la justicia y la búsqueda para construir la paz. Confiamos que la investigación de su caso, que sigue abierta, algún día se esclarezca, para que podamos seguir construyendo caminos para un México más justo y fraterno.

Nos unimos en oración, porque su testimonio sea para nosotros fuente fecunda de fe, esperanza y caridad, en Nuestro Señor Jesucristo, Señor de la Vida.

 

+ José Francisco Cardenal Robles Ortega,

Arzobispo de Guadalajara y

Presidente de la CEM.

+ Alfonso G. Miranda Guardiola,

Obispo Auxiliar de Monterrey y

Secretario General de la CEM.

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